La belleza tiene mucho más que ver con el asombro que con la simple sorpresa. Lo bello cuestiona términos, categorías, relaciones y demás para situarse como referente de una nueva forma de pensar la realidad, más amplia que su precedente, pero también más frágil, mejor dispuesta a la crítica. De ahí que la belleza se relacione a menudo con la vulnerabilidad. También porque las instituciones cuya vulnerabilidad descubre, suelen reaccionar mal: atentan contra el nuevo razonamiento, contra las nuevas concepciones que origina. Sobre todo, si lo que se pone en duda es — algo cercano. O propio.
Hace poco Claudia me mostró fotografías que expondrá próximamente.
Interesante. De una suerte de diálogo íntimo con sus modelos, revela, merced del control de la luz sobre sus cuerpos, la necesidad de una revisión estética más allá de primeras impresiones y del efectismo en boga, sobre todo por la tosca asimilación del boudoir en redes sociales.
Me fijo en parte de la muestra. — Ningún cuerpo entero… Piel. Poros. Vello. Valles y lomas. Fertilidad. Insta a acercarse. A apreciar el detalle en el detalle. También en la difuminación, cuando toca. En todo caso, lo contrario de la abstracción que exige una supuesta perfección estereotipada.
Técnica… Sin embargo, y felizmente, el material no queda en ejemplar de uso. Cada imagen, en apariencia muy sencilla, — cuidadosamente compuesta. Sí, hay ecos de otros trabajos — inevitable. También en la elección del blanco y negro. Ésta no ha sido meramente estética; aquí, su juego opera como un potenciador de la narrativa visual; en efecto, vuelca su peso en la elocuencia de la perspectiva — la proximidad (de uno) sobre la piel. Teje, hace trama de una situación, dice suficiente.
Claudia madura su propuesta. Con la dialéctica que acarrea; al caso, contra el lugar común: el cuerpo apartado de toda intimidad, a favor de la necesidad de un conocimiento más allá de las reacciones instintivas, así como del guiño ante el disimulo de —vistas así, a la ligera— supuestas imperfecciones. — Juega con la idea de exploración. Parte no ya de lo desconocido, a secas, sino de la necesidad de enfrentar un supuesto conocimiento entre la jibarización de la experiencia ajena a la escala de la propia y el idealismo convencional, hormonado de propaganda.
— Y es que todo territorio es tal por sus fronteras. Por ello, la necesidad de conexión y relación.
A fin de cuentas, acercar los ojos implica para el espectador, un descubrimiento particular de sí mismo. Su entrega ante un objeto aparentemente inofensivo, en realidad, desnuda su curiosidad, lo alienta a la confrontación del recuerdo del propio territorio, con todos sus vacíos e inconsistencias. De modo que, a ambos lados del papel, Claudia nos convoca.
— Confianza, — vulnerabilidad. A través de esta colaboración entre fotógrafa y modelos, cada imagen ha sido convertida en un pequeño testimonio. Compartido — con quien las enfrenta.