Sujeto, agente y vocación: Tres cartas abiertas a estudiantes

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Lima, 17 de enero de 2025

Estimados estudiantes del […]:

Ante todo, gracias. El trabajo de la pasada semana significa mucho más de lo que, de por sí, bastaría para alentarlo a uno a seguir con estas labores. Confirma lo dicho al inicio mismo del taller: «Con mucha mayor frecuencia de la que se cree, basta tratar a los adolescentes como adolescentes y, en general, a cada quien, conforme a su edad, para que asuman la mejor disposición a aprender y cuestionar de forma inteligente, para que exijan de veras a quien se planta ante ellos, claridad.»

Debido a las limitaciones del formato elegido, al cierre de la última sesión algunas preguntas quedaron sin responder, las referidas al asunto de la profesionalización para pasar de la condición de simple sujeto a agente en el mundo de las instituciones, y el de la vocación. Prometí que me ocuparía de ello. Si bien no es lo mismo una explicación dinámica a partir de la atención propia del contacto en vivo, confío en que, por lo conversado, bastarán ahora los siguientes apuntes:

Cuando hablamos de un sujeto en tanto persona, redundamos en la condición de dicho individuo como una institución en sí misma o, cuanto menos, alguien cuya existencia en sociedad se ve configurada a partir de las instituciones de las que participa. En tal sentido, es posible afirmar que una persona es, así, sujeto de las instituciones que integra. En consecuencia, carece de sentido toda referencia a una persona fuera de un marco normativo, es decir, sin tomar en cuenta que las instituciones de las que forma parte —ya fue dicho— lo son en tanto y cuanto lo sujetan a él, y también a sí mismas, así como son sujetas por otras a través de una red normativa.

Propuesto el símil, ¿resulta válido afirmar que dicha red normativa equivale a una tela de araña? No del todo. Los distintos órdenes —para referirnos justamente a cada complejo normativo— se entrecruzan unos con otros, pero no lo hacen dialécticamente, pues la realidad misma no es dialéctica; dialéctico es el modo en que la entendemos. Por tanto, el principio por medio del cual nos resulta más comprensible tal entramado es precisamente el de Symploké, que, a su vez, refiere a la teoría de incompletitud de Gödel, en cuanto a que todo conjunto normativo (por tanto, lógico) cerrado es incompleto. Esto quiere decir que todo sistema que se considera perfecto, libre de paradojas, en realidad no se libra de ellas y, por el contrario, implica de todas maneras que su propia definición debe de hacerse a partir de términos que él mismo comprende, con lo que, por tanto, se configura una suerte de bucle absurdo. (Esto, por cierto, lo advirtieron también Russell y Wittgenstein, como un enorme problema al cual intentaron, sin éxito, dar solución.) Ocurre que todo sistema normativo, dado que es incompleto, existe necesariamente en relación con otros sistemas más o menos incompletos, con los que se complementa o, incluso, suplementa.

El individuo humano, en tanto Homo Institutionalis, puede, sin embargo, graduar su sujeción, además de escoger, en determinadas circunstancias, a qué instituciones se sujeta y a cuáles, no. (En ello radica buen parte de la diferencia con los planteamientos del llamado Institucionalismo, que estudia la sociedad a través de sus instituciones, principalmente económicas, y no al hombre como sujeto, creador de las instituciones y portador, por tanto, del espíritu institucional.)

Dicho eso, podemos pasar al asunto de la vocación… Actualmente, una institución particularmente engañosa.

El término vocatio alude siempre, necesariamente, a una entidad institucional, toda vez que esa «voz» lo insta a uno a desarrollar determinadas actividades, y no otras, cada cual dentro de un marco de reconocimiento social; es decir, a sujetarse, supuestamente, a priori, a una comunidad por medio de un obrar. Quien sostenga que la vocación obedece a una suerte de llamado al margen de las demás personas, obvia que dicho llamado se corresponde ni más ni menos que con otra persona y no con uno mismo, en tanto y cuanto que uno mismo la obedece. (Al respecto, debiera bastar reconocer el carácter transitivo del verbo, no porque la gramática condicione la realidad, ni mucho menos, sino por el postulado lógico que entraña, a saber, que uno mismo no profiere la voz que llama vocación, y que atribuye a una tradición o a un espíritu, en tanto aliento de herencia, por ejemplo; o a una deidad, personalizada, por cierto; o a un impulso previamente implantado, de todas formas, por alguien más o, si se quiere, por el medio… condicionado por otros.)

Esto lo hemos planteado así de modo que la determinación de a qué antecede dicho llamado (a qué corresponde la expresión a priori), apunte a la forma de institucionalidad operante en la supuesta decisión (que, románticamente, no es más que la obediencia a un llamado invencible).

La reflexión que requiere la decisión de qué oficio o profesión desarrollar para integrarnos a la sociedad es obviada al hablar de vocación, de modo que la vocación se supone, germina en uno fuera de la línea de tiempo que habría de seguir la experiencia misma del sujeto. A ello se debe la fácil confusión que se da en nuestro medio de vocación con predisposición o aptitud favorable para tales o cuales labores. Negocio de cantidad de psicólogos y otros tantos consejeros menos capacitados.

Quien elige una carrera profesional o una disciplina de estudio «por vocación», lo hace, por tanto, a partir de principios que exceden los que rigen dicho campo de estudio; es decir, que su elección se sujeta a normas de mayor alcance, imprecisas respecto del quehacer puntual que le toca. Entonces, una vez que el estudiante desarrolla la carrera, es decir, cuando se ha asimilado a la institución formativa en su disciplina, en el mejor de los casos, va a integrarse, no a normas de lógica filosófica, a normas críticas generales, a evaluaciones de funcionalidad general, de definición y conceptualización institucional, sino a normas específicas de procesos y procedimientos del sistema laboral, de la realidad misma del ejercicio de su carrera, tal como ya existe. Por lo tanto, se verá ante un mundo por completo distinto del aquél en que concibió su supuesto proyecto. El egresado, el titulado, el profesional (formal) se ven, no entre una realidad y un ideal, como suele decirse erradamente, sino entre dos realidades operatorias distintas: la de la efectiva evaluación de la institucionalidad general, de un parte, y de otra, la realidad de la práctica del oficio o la profesión dentro de un marco establecido por la tradición, la costumbre y, en general, la práctica desde coordenadas que persiguen solamente la eficacia a partir de lo que ya existe, de lo ya establecido, más o menos fallido.

Escoger una carrera a partir de las supuestas habilidades individuales implica no saber nada de gestión, y participar de la estafa de mediciones inconsistentes, los famosos test de aptitud vocacional como guía principal o, peor, única.

Gestionar la carrera propia permite trascender la situación de sujeto solamente, para actuar también como agente. Pero implica que se puede fracasar. Y hay que tener en cuenta, además, que hay edades propicias para todo, como otras que no lo son, lo que vulgarmente se alerta con expresiones como: «Espabila, que se te va el tren».

El ciclo de gestión se compone de: a) planificación, b) organización, c) ejecución y d) evaluación, algo a lo que ya nos referimos someramente en el texto Homo Institutionalis. De modo que aquí, advertiremos apenas algunas pautas elementales para su adecuada aplicación en materia de formación de oficio o profesión.

Primero, la planificación se compone del futuro hacia el presente, a partir de un momento determinado en el tiempo, es decir, a plazo fijo. En ese punto hemos de imaginar, valga la redundancia, una imagen clara, lo más espontánea posible, a partir de los reflejos de la situación deseada, de la comodidad que supone y por la que seduce. De esta imagen, se deducen sus requisitos, los que habrá que cumplir antes en una sucesión gradual que se completa retrocediendo hasta la actualidad (un estado que, entonces, requiere diagnóstico).

La visualización no es ningún ejercicio de idealismo. Por el contrario, la visualización de una situación futura, se presta a la evaluación de su factibilidad desde criterios eminentemente realistas. Dicha evaluación se realiza básicamente relacionando la imagen proyectada, tanto con la situación de partida, es decir, con las condiciones básicas de inicio del camino de consecución, como con el esfuerzo que su curso requerirá. De modo que sólo es estrictamente desestimable una visión absurda, ilógica o que, simplemente, exceda la capacidad de compromiso de uno mismo.

Dicho en plata: Verse a uno mismo de astronauta no es idealista, idealista sería verse a uno mismo convertido en rey del mundo o, tristemente, en astronauta, pero siendo tullido o, aunque sin limitaciones congénitas ni producto de accidentes, sin asumir el enorme esfuerzo que tal propósito implicaría.

Entonces, hecha la visualización, hemos de convertir cada puntal de su montaje en un objetivo. Serán pocos, sino uno sólo. Por ejemplo: Ser el mejor referente de calidad en alta cocina del país o ser el contratista más confiable del rubro en la región. Nótese que los objetivos implican el uso del verbo ser; en tal sentido, son proyecciones de la visión institucional en un plazo.

Luego, toca retroceder en el tiempo desde dicha imagen en periodos de tiempo razonables y convertir los logros concretos que se deben haber cumplido en cada caso, como metas. La clave aquí es el verbo hacer, con su debida acreditación, no necesariamente formal. Por ejemplo: obtener las licencias de funcionamiento, adquirir el local adecuado, haber desarrollado un procedimiento eficaz para la tarea tal o cual.

Finalmente, hemos de tener en cuenta que esa imagen inicial implicará, no sólo esfuerzo, sino plena consciencia de qué función institucional se cumple con ella, en teoría, es decir, cuál debiera de cumplirse, y de que se debe lidiar con la realidad ya existente, con todas sus imperfecciones. Además, exige la mayor atención posible, desde la ejecución del trabajo estandarizado, a cuantas oportunidades de intervenir prudentemente en la mejora de la institucionalidad se presenten.

Como ha sido dicho antes por tantos otros: Nadie ha venido aquí a cambiar la vida, sino a vivirla; y sólo a partir de esto, cabe a veces aspirar a alguna mejora, mas sin perder de vista que toda solución a un problema implica la conversión de su situación en una nueva situación problemática. Para lo demás, la industria de Hollywood, la autoayuda, la felicidad, la voluntad, en provecho del mercado pletórico. Pero trabajo es trabajo, y hay que saber hacer lo propio.

De eso, ya hablamos…

 

 

Arequipa, 27 de enero de 2025

Querida Mafer, futuro de la Nación:

Buenas tardes.

Respondo a tu pregunta directamente porque confío en que el abrazo previo, de siempre, lo has recibido al reconocer apenas el remitente:

¿Cabe hablar de institución matriz? ¿Qué… o quién podría ser? ¿Qué hay de la semejanza que discutimos con la Trinidad?

Desde la perspectiva atea, la capacidad creadora no es sino la propia capacidad institucional. Y es entendida como fruto de una serie de procesos que parten de la capacidad de abstracción de la realidad propia de nuestra especie. Pero para alguien religioso, cabría responder a tu pregunta diciendo que te refieres a Dios, es decir, que la deidad suprema sería en sí misma la institución que da origen al hombre para que éste finalmente construya su mundo institucional. Y que lo haga a través, o más bien, por gracia del espíritu. Este espíritu vendría a ser el aliento lingüístico. Porque sin lenguaje no hay instituciones. O sea, la realidad no es lenguaje, ni mucho menos, pero la realidad institucional no es concebible sin lenguaje. Por otra parte, Cristo vendría a ser la encarnación del sujeto que vive, tanto consciente de las instituciones humanas como consciente de la realidad que las antecede y que, por tanto, no se somete ni a la imperfección del lenguaje ni de la lógica humanas y es, en ese sentido, perfecta. Por eso Él promete el Cielo.

Jesús predica. Y es que, una y otra vez, no hay instituciones sin lenguaje. Porque el lenguaje es el que provee el marco de la realidad que produce su propia ampliación en las instituciones. Es decir, un objeto real, por ejemplo, recibe un nombre, pero pronto ese nombre refiere a más de lo que el objeto en sí, y entonces ha sido Institucionalizado y produce una nueva realidad en torno, en caso esa ampliación se haga operatoria. Las instituciones son las creaciones humanas. Y Jesús separa el reino de este mundo del de la creación divina.

Algo especialmente interesante en este planteamiento es que María forma parte fundamental del entendimiento de la Trinidad, con ella ya, cuaternidad institucional. ¿Porqué? Porque María es el seno de razón inarticulable para nosotros en el que, por tanto, cabe la misericordia. Dicho de otro modo, el auxilio cuando la razón humana institucional falla. Por eso es su intercesión por los hijos ante el Padre.

Las supuestas apariciones de La Virgen no serían más que distintas manifestaciones de la misericordia, el amor radial, pleno, no lineal.

La caza no es sólo un nombre como otros, es una institución. Gracias a la caza, el hombre puede sobrevivir. Pero no garantiza del todo la supervivencia. A partir de esta situación, puedes rastrear tú sola las huellas y comprender los rituales, por ejemplo. Para empezar.

Ah, y la meditación es el ejercicio de contemplación de la realidad por detrás de las instituciones…

 

 

Cusco, 28 de enero de 2025

Querida Alice:

¡Bienvenida de vuelta a Perú!

¡Bienaventurados los amigos que aquí te recibimos!

Pero mientras acabas de acomodarte y dispones del poco espacio que ha de quedarte libre las próximas semanas en tu agenda, te respondo respecto de eso que me comentaste de las ciudades, de cómo las ves. Eso, primero:

Efectivamente, en América, las ciudades envejecen apenas dejan de ser nuevas. En Europa y en Oriente, se aprendió, aunque distintamente en un caso del otro, a valorar el paso del tiempo sobre las edificaciones y los paisajes. Del mismo modo, los nuevos jóvenes, conscientes de la imperante necesidad de novedad, pretenden que se los tenga siempre por novedosos, vivísimos, vitales; sin embargo, como intuyen que de ser así resultaría imposible lucir el encanto de la experiencia, es decir, del dolor atravesado, pretenden un dramatismo superficial a toda costa, por rápido, inmediato, y se frustran porque carece de profundidad, y es que, a diferencia de sus abuelos, aunque estos no supieran explicarse en detalle, resienten la falta de más criterios que la vistosidad y el impacto violento, de la sorpresa sin asombro. Sin raíces ni conocimientos de historia, incapaces de analizar textos y obras humanas complejos, pretenden que las fórmulas de los reels y tiktoks les basten para abrazar la complejidad humana que, de todas formas, alcanzan a vislumbrar entre el silencio de los que sí que saben y quienes sólo posan de sabios; a fin de cuentas, toda pose se forma a partir de una posición real, como imitación suya.

Por otro lado, he aquí lo prometido, el cuento que improvisé a mano en el café, transcrito para que hagas de él lo que gustes, menos publicarlo:

 

A la maestra Margarita

Nicolás no lee. Es un niño. Su maestra lo apura a aprender y le hace imaginar cosas que le lee, cuentos fantásticos. Ella no entiende que él protagoniza la única aventura que le merece la pena. Y no le deja jugar, explorar, si esto implica tan siquiera la posibilidad de que se arañe las rodillas o se haga un moretón. Confunde seguridad con cobardía. Y le dice que es mejor que él viva en su imaginación que en la realidad. Ella es una imbécil que imbeciliza.

Él debe aprender a leer y escribir lo mejor posible, lo sabe; luego debe poder hacerlo lo más rápido posible, pero para hacer de su vida real, mejor. Y debe leer literatura para conocer formas distintas de pensar y ser cuestionado respecto de lo que considera seguro, venciendo su soberbia y, por tanto, disponiéndose mejor a enfrentar la vida, fuerte, firme y seguro, pero flexible. Inteligente.

Su profesora no sabe siquiera qué es la literatura, cree que es entretenimiento, imaginación y fantasía. Pero ya dijimos que ella es imbécil.

Felizmente, apenas al año siguiente, Nicolás pasa al cuidado de la maestra Margarita. Ella lo deja vivir, aunque en un entorno seguro, le hace conocer el miedo y vencerlo. Le hace equivocarse y resolver cada lio que causa, hasta donde puede. Le hace enfrentarse a ella misma. Y advertir, luego, la dinámica por la que aprende.

Ahora él lee, mucho. Y escribe y habla bien.

Hoy ha encontrado en un diccionario el significado de imbécil y ha escrito un cuento.

Cuando está a punto de terminarlo, recuerda con cariño a su primera maestra y le agradece el esfuerzo, sin olvidar sus yerros; sabe que uno mismo es en realidad muchas cosas. Yo también soy tan torpe, se dice, y ríe avergonzado. Pero, claro, dedica el cuento a su maestra Margarita.

Para usted, mi maestra.

Finalmente, el poema que escribí para tu hijo, luego de que pasó lo que pasó y que seguramente ya viene superando:

 

Será

Será tu manto, durante la tormenta

sueño?

Serás acaso tú tus manos labios voz(s)

que nieguen la anticipada conclusión

que ha tejido nuestra

historia?

Mientras tanto, seré quien sueñe

O se arranque los ojos

por bien de la posible sorpresa?

O quien vierta tintasangre en la tierra negra

— para germinar experiencia

Andando, andando…