Resistencia: Aproximación a la obra de Jonah Reenders

Por Juan Pablo Torres Muñiz

La fotografía depende de la luz: no sólo la necesita para existir, sino que, simbólicamente, la ha erigido en signo de revelación, de nacimiento, de acceso a lo verdadero. En la tradición pictorialista, el haz de luz que atraviesa una ventana polvorienta no ilumina un objeto cualquiera, sino que lo consagra; en la obra de maestros como Ansel Adams, la luz deja de ser un simple recurso técnico, para convertirse en una presencia que organiza el paisaje y le confiere jerarquía, orden, incluso, trascendencia. La luz, en este sentido, ha sido el elemento por excelencia para distinguir lo importante de lo accesorio, lo vital de lo residual. Ha sido, en última instancia, un operador ético: aquello que se ilumina merece ser visto, y lo que merece ser visto merece ser considerado. Sin embargo, esta tradición, tan arraigada en el imaginario fotográfico, supera la celebración de lo visible; en manos de ciertos artistas contemporáneos, puede volverse un instrumento de hondo cuestionamiento. Es aquí que entra a tallar la obra de Jonah Reenders, que, sin romper con la tradición antes referida, desplaza la luz de su función redentora para convertirla en un indicio de lo que persiste, de lo que resiste, de lo que aún no ha sido anulado por el olvido.

En su serie The weight of water, Reenders plantea la condición líquida del reflejo, de la espera y la carga emocional que comunica. Sus imágenes, tomadas en entornos naturales, nunca exentos de la impronta humana, muestran superficies acuáticas o, algo más llamativo, similares a escenas de pecera: nada de espejos perfectos, sino fragmentos de realidad distorsionada, donde la luz no ilumina desde arriba, sino que emerge desde dentro, como si el mundo sumergido tuviera una vida propia, una conciencia latente. Lo notable no es que la luz esté presente, sino que actúe como un agente de transformación: convierte lo terreno en algo que palpita, que no se reduce a lo material. Incluso en ausencia de personas, no se trata de espacios muertos, sino zonas de tensión entre lo visible y lo invisible, entre lo dicho y lo callado. La luz, en este contexto, no devuelve claridad, sino que introduce una ambigüedad que obliga a mirar de nuevo, a detenerse, a preguntar.

Lo que Reenders pone en cuestión no es sólo la relación entre el ser humano y la naturaleza, sino la institución misma del paisaje como categoría estética. Sus imágenes, en vez de proponer paz, inquietan. El agua a la que alude el título de la muestra, representa en su obra, no purificación, sino acumulación: de tiempo, de abandono, de memoria no articulada. Y la luz, que en otros fotógrafos serviría para redimir estos espacios, aquí los hace más visibles, pero no más esperanzadores. Al contrario: los revela en su desnudez, en su condición de lugares, digamos, habitados por el olvido. Esta no es una crítica expresionista. Simplemente muestra, con una precisión fría, cómo lo que llamamos cotidianidad deja de ser un reino autónomo, para resultar en un archivo de la acción humana, un depósito de lo que hemos dejado atrás.

La potencia temática de The weight of water radica en su capacidad de invertir la lógica de la palidez. Lo que parece apagado, gris, desvaído, se convierte, bajo la mirada de Reenders, en un campo de fuerzas. La luz dialoga con la sombra, y en ese diálogo nace un brillo particular, no espectacular, sino sostenido: el espíritu coloreado de la acción, no en el sentido de lo que se hace, sino de lo que ha sido hecho y persiste. La luz, al posarse sobre los objetos y sujetos, los legitima como dignos de contemplación, como signos de una historia por contar.

Técnicamente, su obra se caracteriza por una composición cuidadosa, pero nunca forzada. Sus encuadres evitan lo monumental; prefieren lo marginal, lo residual, lo que no llama la atención a primera vista. Utiliza una paleta cromática restringida, dominada por tonos fríos, grises, verdes apagados y azules desvaídos, que no aspiran a la intensidad, sino a la verosimilitud de un mundo que ha perdido su brillo original. La luz entra en escena no como protagonista, sino como cómplice…, y sugiere que lo que vemos no es un mundo coherente, sino uno en pedazos, donde la naturaleza ya no es un todo armónico, sino un conjunto de restos que aún conservan la forma de lo que fueron.

La calidad de la impresión, el formato, el grano sutil de la película —elementos que Reenders domina con rigor— no buscan exhibir virtuosismo, sino reforzar la seriedad del enunciado. La fotografía, en este sentido, se aparta de la labor documental para erigirse en proposición. Pone en entredicho no sólo la noción de naturaleza, sino la de memoria, de pertenencia, de responsabilidad.

Son imágenes, como actos… silenciosos, densos, inapelables. Y en un mundo donde todo se convierte en espectáculo, ese silencio es, por sí mismo, una forma de resistencia.

 

[Todas las imágenes, del sitio web del artista: Home – Jonah Reenders Photography]