Más que justicia: Sobre «Off-side», novela de Gonzalo Torrente Ballester
Por Juan Pablo Torres Muñiz

Como no puede ser de otra manera, ningún enfoque apenas estético ni ninguno otro que se centre únicamente en el autor o en una fantasmagoria de público, sirve para tratar adecuadamente una obra de arte, al caso, una obra literaria. Peor, si se trata de un texto complejo, amplio y ambicioso.
Esta obra de Gonzalo Torrente Ballester exige un análisis de los materiales literarios como componentes de una situación comunicativa cuestionadora del marco institucional. Su riqueza narrativa y su complejidad temática la inscriben en una tradición crítica que va muchísimo más allá de la exploración estilística, y ya ni se diga del mero entretenimiento: se trata de una novela que desafía las instituciones culturales, políticas y artísticas, que cuestiona los mecanismos de legitimación y exclusión, y que, al hacerlo, pone en evidencia cómo los individuos son moldeados por sistemas que les preceden y trascienden. En este sentido, su lectura adquiere una dimensión antropológica que refiere al hombre contemporáneo como sujeto constituido por estructuras simbólicas y burocráticas que definen sus identidades, sus deseos y sus posibilidades de acción.
Off-side gira en torno al descubrimiento de un supuesto cuadro de Goya, que desencadena una serie de intrigas artísticas, amorosas y económicas entre un grupo de personajes. Landrove, escritor fracasado, intenta terminar su novela mientras lidia con la drogadicción de su hija Candidiña. Verónika mantiene una relación compleja con Miguel y Domínguez, mientras se entrelazan historias de falsificaciones, traiciones y ambiciones culturales. Sánchez, Allones y otros figuran en esta trama coral donde el arte, el engaño y la supervivencia configuran una crítica mordaz a las instituciones culturales y a los mecanismos de legitimación del arte y la literatura en la España de la década de 1960.
La novela no solo describe esta relación entre individuo e institución, sino que la dramatiza con una precisión casi filosófica. Las figuras centrales de Off-side —Landrove, Anglada, Sánchez, Verónika— no actúan en libertad absoluta, sino que están siempre mediatizadas por redes de poder, lenguaje y representación que las encierran en un juego de roles donde lo auténtico parece siempre postergado. Esto no es exclusivo del ámbito literario, sino que revela una condición general del ser humano moderno: vivimos bajo regímenes de visibilidad e institucionalización que nos exigen estar constantemente legitimándonos, justificándonos, adaptándonos a expectativas ajenas a nuestra voluntad. De modo que tenemos el dedo en la llaga.
Uno de los aspectos más profundos de Off-side es su tratamiento de la traición como forma de resistencia moral. Esta idea encuentra paralelismos en el pensamiento de Hannah Arendt, quien en La condición humana analiza la necesidad de romper con los marcos institucionales establecidos para ejercer una verdadera acción política. En la novela, personajes como Vargas o Sánchez se ven obligados a traicionar a quienes consideraban sus aliados, pero esa traición no surge de un impulso malévolo, sino de una conciencia moral superior. Es decir, cuando las instituciones pervierten los valores humanos, la única manera de ser fiel a sí mismo es romper con ellas, incluso si eso implica traicionarse aparentemente.
Pero Torrente Ballester no se detiene en la crítica social. Penetra en una esfera más íntima, interrogando la naturaleza misma del arte y su relación con la mentira. A través de personajes como Domínguez, pintor que falsifica obras maestras asegurando que son mejores que las originales, la novela plantea una pregunta de apariencia simple, pero no por ello menos inquietante: ¿acaso el arte no siempre es una mentira bien hecha? Pero Off-side va todavía más allá: Nos expone un caso en el que no solo se engaña al público, sino que el propio artista termina atrapado en su propia ficción, de donde emerge una crítica al mito de la genialidad creativa: los artistas no son visionarios que revelan la verdad, sino manipuladores que construyen realidades alternativas, es decir, amplían la libertad… Pero es que muchas veces se deriva más bien en el afán de ocultar la propia vacuidad.
El proceso de construcción narrativa no se limita al arte, sino que atraviesa también la identidad de los personajes. Desde una perspectiva filosófica, Off-side explora cómo la identidad no es algo dado, sino un producto de la narración. Personajes como Anglada o Allones constantemente reinventan su pasado, modifican su apariencia y adoptan nuevas máscaras sociales. Esta dinámica recuerda el maniqueo concepto de «identidad performativa» de Judith Butler, aunque en clave literaria y satírica. Efectivamente, en Off-side, esta idea se dramatiza: los personajes solo existen en la medida en que son reconocidos por otros, y ese reconocimiento depende de cómo cuentan su historia. De ahí que muchos de ellos sean mentirosos compulsivos: porque saben que su identidad es tan frágil como la narración que la sostiene.
Otro tema central es la crítica a la crítica literaria como dispositivo autoritario. Personajes como Noriega o Barrantes encarnan una crítica que, según la novela, ha perdido todo contacto con la experiencia estética para convertirse en una máquina de consagrar y destruir reputaciones. Esta crítica tiene ecos en Adorno y Horkheimer, quienes denunciaron cómo la cultura se había convertido en mercancía bajo el capitalismo avanzado. Pero Torrente Ballester, una vez más, va más lejos: no solo se queja de la comercialización del arte, sino que muestra cómo la crítica literaria se ha convertido en un sistema opresivo que dicta qué obras deben leerse y cuáles deben olvidarse. Esto nos lleva directamente a otro de los grandes temas de la novela: la relación entre memoria y olvido, entre historia oficial y contra-historia.
Los personajes de Off-side no son arquetipos planos ni meros portavoces de ideas abstractas. Por el contrario, están dotados de una hondura psicológica notable, a pesar de que la novela privilegie el diálogo y la confrontación intelectual sobre la introspección pura. Landrove, por ejemplo, no es simplemente un escritor frustrado; es el símbolo de toda una generación de creadores que intentan sobrevivir en un sistema hostil. Su desesperación, su obsesión por ser reconocido y su desconfianza hacia los demás no son rasgos caricaturescos, sino manifestaciones de una condición humana profundamente institucionalizada. Anglada, por su parte, representa la figura del seductor intelectual, aquel que utiliza su carisma y su conocimiento para manipular a los demás; pero detrás de su fachada elegante y su discurso refinado hay un hombre profundamente solitario, cuyo único vínculo humano parece residir en su relación con Verónika. Sánchez es quizás el personaje más complejo de todos. Sus crisis ideológicas, su transición del comunismo al nihilismo, su constante conflicto entre la obediencia y la libertad, lo convierten en un prototipo perverso de nuestro Homo Institutionalis, alguien atrapado entre sus convicciones y las exigencias del sistema.
La estructura de Off-side es heterogénea, fragmentada, deliberadamente caótica. Esto no es un defecto, sino una elección estilística que refleja la temática central de la obra: en un mundo dominado por instituciones que imponen orden artificial, la única forma de representar la realidad es mediante una narrativa descentrada, polifónica y abierta. La novela carece de una trama lineal en el sentido tradicional. En lugar de eso, se articula a partir de episodios interconectados, diálogos intensos, escenas teatrales y momentos de reflexión meta-literaria. Esta estructura recuerda la propuesta de Alain Robbe-Grillet, cuya narrativa se convierte en un juego de repeticiones, variantes y perspectivas cambiantes. Pero lo que distingue a Off-side es su uso del diálogo como núcleo estructural. Casi todas las escenas giran en torno a conversaciones cargadas de significado, donde cada palabra parece tener peso específico. Esta predilección por el diálogo como motor de la narrativa recuerda más bien a la obra de Witold Gombrowicz, en específico Ferdydurke, en que la confrontación verbal se convierte en el espacio donde se juegan las batallas de identidad y poder.
A pesar de su relevancia, Off-side ha corrido la suerte de muchas obras que cuestionan los fundamentos mismos del sistema que las acoge. Ha sido relegada al olvido editorial, mencionada ocasionalmente pero raramente leída con la atención que merece. Este destino, paradójicamente, confirma uno de sus principales diagnósticos: la institución literaria tiende a neutralizar aquellas obras que amenazan su autoridad.
Off-side merece un lugar de honor en las mesas de lectura de cualquier amante de la novela como forma de pensamiento, junto con La saga/fuga de JB y, sobre todo, Don Juan y Los gozos y las sombras, del mismo autor. Su rescate editorial es, cuanto menos, un acto de justicia literaria.