Llamado: A propósito de la vocación de vivir y el trabajo

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Huancayo, Junín, 17 de marzo de 2025

Mi Sol:

Todo el viaje, pensando en ti. Con el paisaje como algo más que fondo. Son rutas que no has visto aún, me dije; pero que pronto verás, acaso antes de lo que te imaginas, y ya por tu cuenta, a lo mejor por trabajo, como en mi caso. «El tiempo vuela», menuda expresión trillada. Conocerás, además, muchas más rutas, desconocidas para mí. Vives libre del miedo que durante mucho me atenazó. Para cuando lo vencí, había acumulado cierta experiencia, sí, kilómetros y kilómetros de paisajes, me jugué la vida y fui testigo y hasta protagonista de situaciones que no le deseo a nadie más, ni siquiera como materia de cuento, pero todo dentro de nuestras fronteras nacionales, con apenas un par de salidas afuera: a Chile. Y un retacito excluido de Uruguay, previo paso fugaz por Argentina, casi un saludo al aeropuerto. Aunque sé que eso cambiará y que viajaré en los próximos años, para entonces tú habrás recorrido más espacio que yo y, de animarte a explicarlo, a narrarlo, a recordarlo detalladamente, a reflexionar lo más profundamente que puedas al respecto, te harás ya, de mayor conocimiento que el mío, salvo por las lecturas (con lo que no me detengo…; es un reto, eh…).

Con frecuencia me he dicho que lo único que sé hacer aceptablemente es articular ideas mediante palabras y silencios —nunca olvides los silencios—; me refiero, desde luego, a cuanto hago con empeño, producto de la práctica. He soñado con poder atravesar la realidad y lacerar dulcemente el entorno de quien me lee, ahí donde está, con el roce veloz del sentido de una frase, apenas. Pero sabemos que no es el caso. Decía V.S. Naipaul que el éxito requiere de talento, trabajo y fortuna —y que, como, según él mismo, nació sin talento, tuvo que trabajar el doble—. Con sólo dos de los tres requisitos no hay garantía alguna. «La vida es lo que es…», así empieza una de las mejores novelas del mismo Sir Vidia.

Ser padre hace exponencialmente incisivas estas cuestiones: qué es de lo que de veras provees a los tuyos, qué tienes para darles. Lo que, en nuestro caso, hijo, se reduce como siempre a qué sabes hacer. Tu mamá se pregunta en cambio quién es para ti, qué tiene para darte dado que es quien es. Y esto, tenlo en cuenta siempre, es mucho más que un par de generalizaciones.

Ahora mismo, instalado en mi oficina, al día siguiente del trajín de la ruta, dispuesto a soportar el ruido habitual de la actividad por la que me pagan, me dije que ir pensando en algo para ti y escribírtelo podría no sólo servirnos de comunicación tras una semana sin contacto (ahora, al cabo de las vacaciones, cuesta retornar a la frecuencia de nuestras salidas únicamente los fines de semana), sino también, hoy en especial, para protegerme de mí mismo. Es que me noto cada vez menos paciente ante el barullo teatrero de algunos de mis colegas, aparte el de los clientes. Pero «trabajo es trabajo».

Ya te debes haber hecho una idea de cómo es esto: Has visto lo que hago. El tipo de material del que me ocupo la mayoría de veces. Sabes más o menos cómo es ese sector del mercado con el que hay que saber hacerse compatible. Lo que puede resultarte difícil de imaginar por ahora es la forma en que, de hecho, se conducen quienes, guiados más bien por requerimientos del comercio, pregonan hacerlo por principios utopistas en contra él. Querer creerse su farsa les trae mal de la cabeza, por decir lo menos. Sonríen y reflejan la misma tensión con que el bruxismo ha de condenarlos cada noche en sus huidas de la luz del día. Si de alguna forma la vida los enfrenta a su evidentísima incongruencia —lo que vaya que ocurre—, pegan de gritos, literalmente. Entonces los ves, ay, indignados, con cara de pasmo, como si simplemente les resultara inconcebible que no se les entienda en su dizque inmensa buena intención…: «progresistas» se llaman a sí mismos, y así los llaman, por ahora… Bajo esa u otra denominación, viven de lo ruin, del discursillo ése del relativismo que adolescentiza e infantiliza, según el caso, a uno u otro sector del público, mientras abrazan sus constructos y peroran creyéndose luchadores de una nueva realidad de paz y armonía, de hermandad e igualdad entre todos, o como dicen, en un alarde de idiotez, «de todes».

Felizmente, hay quienes saben bien lo que hacen y respetan a sus interlocutores. Reconocen el mérito particular de su labor de mercado y lo distinguen del que requiere el arte. Si, por casualidad, confluyen cuestionamiento artístico y atractivo popular, enhorabuena: celebran y ¡adelante! Ahora bien, en los más de quince años que llevo aquí, ha ocurrido sólo un par de veces. Pero sí que cuenta.

Aquí trabajamos varios hombres más o menos de la misma edad, padres, en su mayoría. Todos sabemos hacer bastante más que lo que aquí se requiere, pero procuramos concentrarnos en hacer esto lo mejor posible, precisamente para que, luego, nos dejen hacer lo nuestro libremente. El horario de trabajo es sagrado. Entre las mujeres, que son ahora mismo casi tantas como nosotros, y aumentan en número año a año, se nota algo parecido. Sin embargo, quienes claramente son más competentes en fueros ajenos a éste que compartimos durante ocho horas diarias, traslucen, entretanto, un misterio mayor: Son especiales, casi al margen de lo que hagan. Y entre unos y otras, una mayoría se empantana frustrada. Sus ojos se nublan a cada cambio de estación, hasta que las postergaciones se transforman, de repente, en una nueva etapa continua, bruma tersa de olvido. Donde hubo antes creatividad e ingenio, parasitan ahora guiños a un pasado que se desdibuja cada vez más, el de las oportunidades desperdiciadas, el de la vocación por vivir, ahogada en el curso de una micro historia pálida: el currículo vitae.

No, vivir no es trabajar. Y no hay nadie ajeno al sueño de no tener que hacerlo. Por otra parte, se encuentran quienes amaban hacer algo, hasta que lo convirtieron en su trabajo, momento en que la vocación se tornó en obligación, y el vital llamado se hizo timbrado o silbatazo y la tenacidad, mansedumbre bajo el yugo. Autoengaño máximo.

Trabaja. Aprenderás mucho. Y verás también que quien trabaja, por alto que sea el cargo que desempeñe, obedece a las mareas del mercado.

Tendrás que evitar la mera adaptación, el cambio, y gestionar formas nuevas de razonar para, siéndote fiel a ti mismo, hacerte compatible con el mundo, con la vida. Serás testigo de montones de injusticias. Protagonizarás entuertos, en principio absurdos. Después, aprenderás a ser cada vez más prudente. Y reirás menos, pero con más ganas. Sabrás, entonces, hacer todo distinto de como lo hacías. Calarás más allá de lo inmediato.

Te cuento algo concreto de hoy: El supervisor general, hijito del Vice Conde y Marqués de las Influencias Fatuas al Este de la Colina, Peter, cuyo mérito, aparte la ascendencia, es el de atribuirse a sí mismo ideas ajenas, especialmente las de sus subalternos, para quedar bien en las reuniones de comité, dispuso que nuestro compañero Javier, que se ausentó del trabajo por dos semanas debido a una tendinitis aguda en el brazo (que le impide usar la computadora, así como cualquier otro teclado), sea removido de su puesto. ¿Es Javier alguien que incumpla con sus funciones? No. ¿Ha protagonizado alguna escena lamentable o ha sido señalado como elemento divisor o revoltoso? Para nada. Es que Peter ha dicho: «Ya viene faltando mucho tiempo; ¿qué sigue?, ¿un nuevo permiso por inflamación de ovarios? No, ni hablar; ya saben cómo es esto; trabajo duro y compromiso: el trabajo es nuestra felicidad; debemos saber valorarlo…»

Es probable que ahora mismo se gatillen en tu mente ciertas preguntas —así como algún que otro epíteto que clavarle al tipo ése—. Lo cierto es que lo que dijo no lo inventó —de ser así, habría que reconocerle al menos ese mérito, y no, ni a eso llega—; lo dicen cientos de miles de personas, si no más, alrededor del mundo, los portavoces del compromiso laboral, de la felicidad en el trabajo.

El trabajo nos dignifica, claro que sí, en tanto y cuanto nos permite demostrar nuestra responsabilidad y determinadas competencias en comunidad. Forma parte de nuestra vida. Nos enseña. En relación a la libertad, dicho de un modo, aunque vulgar, rico de significados, nos la brinda en mayor o menor medida para vivir de veras. Para vivir libremente. Quien es inteligente procura disfrutar lo más posible de su trabajo o, al menos, pasarlo bien en él, y cómo no agradecer un adecuado margen de autonomía para desarrollar nuestras labores. Pero no, de ningún modo el trabajo constituye en sí mismo nuestra vida. Por… higiene mental. Quien dice «mi vida es mi trabajo», haría bien en repensarlo un poco. Bastante. Al menos, eso.

Además, dice la cantinela archi sabida: «El mundo cambia más rápido que nunca». Y, como parte de él, el trabajo. Aquí se nota fácilmente.

Veamos:

Una empresa especializada en capacitación (a la que llamaremos, a partir de ahora, LUCRA S.A.) le ofrece a otra, dedicada a ciertos servicios imposibles de asignar a IA’s (a partir de ahora, EXPLOTA S.A.), un manual especializado para que todos y cada uno de sus trabajadores pueda cumplir con la máxima eficiencia posible sus funciones, conforme a las necesidades de su empleador, enormemente competitivo, pero, ante todo, a las disposiciones legales del Estado, muy quisquilloso en ese rubro.

Por supuesto, EXPLOTA S.A. acepta. ¡Bienvenido el manual! Pero no sólo eso ¡Bienvenido, también, el taller de capacitación de LUCRA S.A.! Una serie de jornadas dispuestas para garantizar que todo mundo en EXPLOTA aprenda a sacarle el jugo al manual (cuyo nombre es, por cierto, FACILÓN 1). Una ganga. Y es que, con tal de vender su manual, LUCRA brinda, aparte las jornadas de capacitación, un programa continuo de asesoría gratis, por si surgen dudas a la hora de aplicar lo dispuesto por FACILÓN 1.

EXPLOTA S.A. aprovecha la ocasión. Su adquisición resulta sin duda enormemente provechosa. Ahora, los trabajadores con más experiencia —los mismos que, por cierto, empezaban a resultar un tanto molestos a la gerencia debido a su oposición a los nuevos aires del negocio, alejados del servicio al público y más próximos al aprovechamiento del mercado— pudieron al fin ser cómodamente invitados al retiro. Los trabajadores nuevos aprenden rápido de FACILÓN 1 y piden una remuneración menor por realizar las mismas funciones y encargos de los viejos. Por supuesto, no podría ser de otro modo, ahora se limitan a aplicar lo que dicta FACILÓN 1; si no quieren, bien pueden dar un paso al costado y dejar que alguien más, otro joven verdaderamente comprometido con la empresa, tome la oportunidad.

El primer año de implementación, resultó bien, en líneas generales. Debido al empecinamiento de ciertos trabajadores de operar con autonomía, se sortearon ciertos problemas. Ocurrió que algunas situaciones no habían sido previstas por el manual. Entonces, se instó a los trabajadores autónomos a que elaboraran sus respectivos informes, para que los procesara FACILÓN 1. Y, a continuación, se los despidió. Por otra parte, quedó en evidencia la necesidad de contar con herramientas e instrumentos nuevos estandarizados, a fin de depender menos de la inventiva e ingenio de los trabajadores, incluidos los que seguían FACILÓN 1 y se percataron de la posibilidad de mejorar su desempeño a través de recursos adicionales.

Para el segundo año, el manual era ya bastante más que sólo eso, así que cambió de denominación a FACILÓN PLUS, el nuevo Sistema Pleno de Guía y Control de Servicios. Metodología, principios y fundamentos, guía general de planificación y manual de operaciones, con instrucciones detalladas, un banco de instrumentos y, por si fuera poco, soluciones anticipadas a crisis probables, además, de un nuevo segmento especial para que cada trabajador alimentara el sistema con su propio material, a partir de ese momento, propiedad de LUCRA S.A.

Desde entonces, EXPLOTA ha incrementado su nivel de rotación de personal. Si alguien no sigue la pauta de la gerencia, se lo reemplaza. La transición es fácil. Quien entra sólo debe ceñirse al uso de FACILÓN, ahora en su versión PLUS BETA. Las supervisiones de personal son mucho más sencillas. FACILÓN PLUS BETA hace la evaluación y brinda a los encargados indicadores numéricos del grado de ajuste del trabajador al perfil diseñado (para costar menos, requerir menos esfuerzo y ser fácilmente reemplazable).

De entonces a la fecha, el Estado también trabaja más eficazmente. Claro, acorde los resultados que busca: básicamente, los que le dicta una red multinacional con enorme influencia en el valor de la moneda nacional, red de la que forma parte LUCRA S.A., orientada a complacer al público haciéndolo dependiente de nuevas dosis de idealismo, bajo la apariencia de una sofisticada malla de datos positivos y hurras al placer, la comodidad y, sobre todo, felicidad individual. Cientos de miles de productos y servicios que requieren niños y adolescentes (de todas las edades, especialmente mayores de treinta años), para consumirlos y adquirir créditos. En este juego, implantar un nuevo ánimo, el de carecer de propiedades materiales y, sin embargo, vivir dizque en paz y felices es especialmente importante. Garantiza convulsiones sociales y descontento con el Estado, que el comercio solivianta.

Entretanto, se multiplican al interior de EXPLOTA S.A. y otras empresas, supuestos especialistas en el uso de recursos digitales como FACILÓN PLUS BETA, CARIESCOGNITIVA, X-ILIO, entre otras (la mayoría propiedad de LUCRA S.A.). Hablan empleando la jerga que pone de moda cada sistema y hablan de cambios constantes y una evolución imparable cada año, cuando en realidad trabajan con meros giros de apariencia de recursos muy anteriores a la aparición de la IA, así como con versiones sofisticadas de material regalado por trabajadores que, así, se quedaron sin ningún derecho de autoría. Se multiplican los cursos de capacitación y, cada tanto, surge en redes una nueva tendencia que, desde luego, LUCRA S.A. ha inseminado mediante ofertas de cursos y conferencias en todos los niveles, hasta que resuenan en organismos internacionales bajo la influencia de la enorme red comercial a la que pertenece.

Y así es como funciona esto… Hay que saber dónde se mete uno.

Cuando escojas tu camino, imagina qué te ves haciendo a una hora fuera del horario laboral. Diez años desde que acabaste la escuela. Pongamos que te llamo a esa hora ya libre y te pregunto qué tal, en qué andas. Imagina sin el menor miedo, lo que desees, visualiza algo que de veras te haga sonreír ahora mismo. Mira dónde te encuentras, si es en tu casa, si en la calle o en un café, a lo mejor, donde sea que se te ocurra, pero del modo más espontáneo posible. Entonces, si es tu casa, descríbemela en detalle. Si te encuentras en tu auto, dime cómo es. Si es un boulevard o una avenida, a dónde te lleva. ¿A dónde vas? Entonces, cuéntame cómo te fue más temprano. Y dame luces sobre lo que ves, e imaginas también con todo gusto: si estuviste en tu despacho, si tuviste que salir al campo, si te reuniste con gente de tu equipo o con la de otro. Dime qué salió bien, y qué no tanto (con la confianza de que sabrás resolverlo pronto, si es que no lo hiciste ya). Cuéntame qué te satisface entonces, y a dónde piensas llegar aún. Sólo después de tener bien en claro qué haces en tu trabajo, dime, como si yo no lo supiera, qué hiciste antes, cómo llegaste al puesto que tienes. Y, luego, antes de eso, qué estudiaste para llegar ahí. Una carrera, solamente. Una y una especialidad, quizá. Dime si fue fácil. Y siéntete bien de haber superado las dificultades…

Una vez con esa serie de imágenes claras, te será mucho más sencillo escoger qué estudios superiores seguir. Aceptarás con más serenidad lo desagradable que seguramente tengas que pasar como parte del camino académico y, luego, en tu primera inmersión laboral.

Sé que ya tienes una idea bastante bien formada, ya. O eso me ha parecido siempre que hemos hablado de estudio y trabajo. Además, es obvio tu talento. Así como que eres disciplinado.

Antes dije que, afuera, digamos, lo que cuenta de nosotros es qué sabemos hacer. Pero quiero que sepas, también, que te quiero, además, por quién eres. Hagas o no algo, o así lo dejes de hacer.

Lo que yo sé hacer, como nada más, sin el menor esfuerzo, porque brota de mí y me sobrepasa, es amarte.

Ya me contarás cómo andas tú. Si quieres, me escribes, si no, en vivo, el sábado.

Por cierto, dijiste que elegirías algo distinto para ir a almorzar. Me intriga.

Te abrazo hasta que digas «basta, basta…»

Tu padre.