Hay quien dice...: Sobre la actualidad en torno a la cumbre BRICS y nuestro entorno cercano
Por Juan Pablo Torres Muñiz
Los telediarios, aquí como en tantas otras partes, son poco o nada fiables. Para hacerse una idea más o menos acertada de cuanto ocurre de veras, tanto en el país como en el exterior, en el complejo del que a fin de cuentas formamos parte más o menos importante, es indispensable contrastar información de la mayor variedad posible de medios, ejercicio dialéctico que requiere conocimientos previos, cada vez más, y tiempo. Capacidades. Cierta educación.
Nunca falta quien, advertido casualmente de nuestro empeño, comenta: “Yo no veo nada de noticias, me pone mal, prefiero tener paz.”
A menudo, lo mejor en estos casos es sonreír, nada más, pero de corazón, a la buena intención que se prodiga y que, si en ello queda, nada de malo trae consigo.
No son días cualesquiera. No, desde hace semanas. Pese a que la cantinela de anuncios de un momento decisivo haya tornado casi en sonsonete, hace décadas, resulta sencillo establecer, ahora, fechas puntuales de una precipitación, tales como 11 de septiembre de 2012, marzo de 2020, y las más recientes.
Mañana, jueves 24 de octubre, habrá terminado la décimo sexta Cumbre de los BRICS, que inició ayer en Kazán. Logrados sus objetivos, la alianza estratégica habrá marcado un antes y un después en este siglo, un cambio definitivo en el llamado orden mundial, contrapuesto al establecido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con la anglosfera al mando. Menuda cosa.
La cobertura mediática del evento es, como corresponde, amplia; sin embargo, en varios países del mal llamado mundo occidental, apenas y se anuncia la cita, apuntando de paso, y como sobreentendido, su probable impacto en la economía mundial. Un titular más, apenas en la sección “internacionales”. En realidad, las relaciones entre países, la geoeconomía y la geopolítica planetaria dependen no poco de cuanto se concluya aquí, ad portas, además, de los comicios para la presidencia estadounidense, el próximo cinco de noviembre.
A menudo, la misma persona que antes nos dijo que prefería la paz —con lo que nos deja bien en claro que no sabe muy bien a qué se refiere con ello, pues obvia la noción de paz como estado de orden impuesto, a menudo, por medio de la guerra— nos pregunta, descontenta con nuestra sonrisa: “¿Qué tiene que ver todo eso con nosotros aquí, ahora mismo?”
Sería fácil responder: Si, por ejemplo, Perú se integrara a los BRICS, se convertiría en eje de tránsito comercial clave entre China y Brasil, dada su posición geoestratégica, con la consecuente merma en múltiples aspectos para Estados Unidos e Inglaterra; es más, podría dejar de depender del dólar como lo hace en la actualidad y, seguramente, como objeto de pugna, sería sacudido por variedad de fuerzas, sujeto de una presión tremenda: un serio problema, desde luego, pero fértil, en la misma escala, de oportunidades a cuál mejor.
Hay, sin embargo, otras formas de atender la cuestión —aparte, una nueva sonrisa—: vinculándola con una esfera mucho más próxima…
A mi hijito no lo toman en cuenta, dice la mamá, que interviene por él. Ocurre que el pequeño no es capaz de hacerse escuchar entre sus compañeros a la hora de los juegos, y le dan siempre un rol distinto del que quisiera, uno que no acaba de agradarle. Se siente mal, pero ante sus pares calla. Desde luego, el abuso aquí no tiene cabida; de ser el caso, tendría que intervendría un adulto. Ahora pasa sólo que el niño se ha quejado con su mamá, ante la que sí habla, grita, llora, incluso la empuja cuando se le acerca para mimarlo, “pobre mi bebé”.
¿Todo bien en esta situación? ¿Bienvenida, la madre?
Toda institución se debe al orden. Su orden se postula por la razón, a menudo alcanza a imponerse por ella, pero ha de hacerlo por la fuerza suficiente, de ser necesario. La institución misma ha de ejercer la fuerza (correspondiente a su razón) por medio de sus partes constituyentes. Puede hacerlo por medio del simple consentimiento a una de ellas, siempre que ésta la aplique conforme al principio de eutaxia de la entidad —entendido al modo aristotélico, como necesario para su subsistencia, adaptación y desarrollo—.
Sin orden, ninguna institución fragua; no es tal. Sin orden, una institución existente, se descompone rápidamente, carcomida por dentro. El modo más simple de acabar con una institución es fomentar en ella el desorden, y el modo más eficiente de hacerlo es a través de la apariencia de su propio amparo institucional: llevar la flexibilidad de la misma institución al relativismo extremo, a la burla paradójica. Llegado este punto, ninguna fuerza correctiva consigue justificación; lo que pinta, entonces, como acto de legítima defensa por parte de cualquier que se tenga a sí mismo como víctima, ensancha sus horizontes hasta la transgresión más provocadora. Sin que decirlo implique error alguno: se trata de una forma de locura, en tanto uso patológico de la razón.
Como dos sonrisas no fueron suficientes, tampoco, tres, y la persona pacífica ahora nos dice: “Lo que importa, a fin de cuentas, es que reine la paz, que todos seamos libres y vivamos en democracia, porque todos, todos somos iguales y vinimos al mundo a ser felices.”
Pensemos por un momento en la democracia total, el totalitarismo democrático —la democracia como forma de vida, que dicen los libros de texto escolares— como el principal bien intangible de exportación estadounidense y, en general, de la anglosfera, monarquía británica incluida, así como Canadá, su súbdito.
Del mismo modo que una madre del estilo aquél, cría hijos carentes de autonomía, EE.UU. gestiona su modelo de democracia en otros países para debilitar sus estados y, en consecuencia, hacerlos dependientes de fuerzas mayores, las del mercado pletórico. El totalitarismo democrático no llega solo, va antecedido siempre del enorme caudal ideológico relativista con el que provocan un aniego en el estado receptor, que acepta entre vítores el nuevo producto salvador como una suerte de medio para la reivindicación ante los supuestos o ciertos opresores.
El totalitarismo democrático garantiza la posterior manipulación de las elecciones por parte de quienes mandan de veras en el mercado pletórico: las masas idealistas son relativamente fáciles de arrear o, en su defecto, azuzar para alzarse en contra de cualquier orden autónomo. Por si fuera poco, el gobierno de turno debe tanto al generoso sembrador democrático que, o colabora con los intereses que finalmente, se le advierte, redundarán también en su beneficio, o se atiene a las más ingeniosas sanciones económicas, vía dólar.
“Lo que importa es la felicidad. Todos somos únicos y especiales y cada quien es feliz a su manera.”
Se habla de sentimientos cuando en realidad lo que prolifera y se publicita, en un ciclo arrollador, son gestos ambiguos e imprecisos de rechazo a toda racionalidad, y ya ni se diga a definiciones, sin proponer ningún concepto ni tan siquiera coordenadas mínimas a cambio. En redes, sobre todo, pero hasta permear del todo la comunicación en vivo de la gente, lo que vemos son nada más gestos impostados, supuestas manifestaciones de una sensibilidad, en todo caso, deformadas o sin formación alguna; pura mímesis carente de sentido; nada genuino ni mucho menos correspondiente a un término concreto, nada de instituciones ni parámetros para orientarse, omitido el menor afán de una mínima certeza. Puro asumir que, convertidos en memes, encajados en figuritas y poses, con bufidos y silencios sosos, los “usuarios” se comprenden.
Es así que todo mundo clama lo que supone, por influjo del resto, que debiera ser ideal para todos, sin ninguna configuración clara: un “algo”, dicen, o peor una “no-lo que sea” para referirse a lo que renuncian a conocer. Todo, emoción falsa, impulso primitivo revestido de fanfarria para ocultar la sangre derramada: libertad, solidaridad e igualdad. Y eso, hormonado con romanticismo alemán, es la democracia importada.
Enemigos de la institucionalidad, uníos…
“Lo que yo sí que no paso, es a los rojos; en ese sentido, mejor apoyar a los gringos. A fin de cuentas, son más parecidos a nosotros.”
Dado que, como decía Spengler, muy a su modo, la decadencia de toda civilización es inevitable, dado que la libertad procurada por una potencia a su propia población, conlleva, en cierto punto, un amparo exagerado a objeciones individualistas; dado, en suma, que el desmoronamiento, las revueltas y la erosión han de llegar, pues mejor servirse de ellas. Así lo vieron claramente quienes pilotan desde hace un par de siglos secciones masivas del aparataje del mercado pletórico, a veces de acuerdo, a menudo enfrentados.
Acertó Paolo Prodi: el orden del mercado, todo razón parcial y coerción, ha pasado a regir por sobre el Derecho. La ciudadanía va dando paso a la identidad crediticia. Con ello, queda más clara que nunca la salida de la crisis para los comerciantes: la extinción de la propiedad privada. En efecto, el relativismo salvaje, el anarco capitalismo, incluso el neoliberalismo bien trajeado, coinciden con el comunismo, el socialismo relativista y las demás izquierdas indefinidas en la extinción del patrimonio personal y, con mayor énfasis aún, del familiar, así como de toda institucionalidad al margen de un supuesto “ánimo humanitario”, por demás imposible, que en realidad hace sitio al mercado, a cuanto dicten los que Antonio Escohotado podría haber llamado, por oposición a quienes se refiere en su monumental, pero muy parcializado ensayo en tres volúmenes, “los amigos del comercio”.
“Mientras nuestros hijos estén siempre del lado de los buenos, va…”
Es tan frecuente, en la escuela, que un estudiante que no atendió las instrucciones, repetidas varias veces, pida al profesor que su trabajo sea aceptado fuera del plazo inicial; es tan frecuente que, aunque el reglamento prohíba que los padres alcancen tareas a sus hijos en la escuela, igual lo hagan, o que llamen por teléfono o escriban al docente exigiendo explicaciones de por qué su retoño no será calificado como los demás que sí cumplieron con la pauta dada, o peor todavía, que busquen, sin más, al director del centro educativo para comentarle su descontento por el maltrato que asumen, recibe su pequeño, su bebé… de secundaria, preparatoria o bachillerato… Es tan frecuente esto, decimos, que acaso sobre dar mayor alarma respecto de lo poco o nada preparados que se pretende aprobar promociones y promociones de muchachos, desarmados para la vida real, inaptos e ineptos.
“Lo bueno es que ahora vivimos en un mundo globalizado, como verdaderos ciudadanos del mundo…”
Esta cumbre de los BRICS, quiérase o no, remata el anuncio antes dado con el veto de medios de mensajería instantánea en Europa, la persecución del director de Telegram, la prohibición de X para funcionar en bloques continentales y la declaración de censura expresa en Facebook de los líos del hijo de Biden: Asistimos al fin de la globalización y a la instauración de una nueva convivencia internacional —forzada— multipolar. Por si fuera poco, con la atronadora puesta en cuestión de la democracia totalitaria como sistema de gobierno preferible, dado el éxito de los países con otros regímenes (democracias distintas, monarquías, etcétera) y, para contrarrestar el uso del dólar como elemento militar estratégico, arma de coacción para quienes no se alineen a la voluntad de la OTAN, no agradezcan con más requerimientos las bondades del FMI y/o tan siquiera insinúen su apartamiento de la vetusta UE, el probable lanzamiento de una nueva divisa de cambio paralela al dólar, con aval en oro, minerales energéticos e insumos de alimentos, así como un nuevo sistema de transacciones internacionales, aparte el SWIFT.
“Por eso, si veo noticias, prefiero CNN, DW o Televisa.”
La decadencia de occidente plantea la muerte de los imperios, de las culturas. Esto equivale al cambio, a la transformación institucional, pues las actuales no pueden extender su existencia en el tiempo por sobre los cambios del lenguaje, a su vez, condicionado por la realidad material inmediata y, como parte de ella, la manipulación forzada.
“Ay, qué futuro les espera a nuestros niños…”
Lejos de calificar de malos o buenos a unos u otros, lejos del maniqueísmo y la ramplonería, se trata de abrir bien los ojos, por decirlo de algún modo, y de participar del desengaño, para aqueos y troyanos.
Si no alcanzamos a entender bien lo que pasa, no es tarde para aprender algo nuevo…