Gestión institucional a nivel personal: La Psicología y el Psicoanálisis desde la perspectiva del Homo Institutionalis

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Históricamente, la Psicología ha luchado por establecerse como una ciencia con un objeto de estudio coherente, enfrentando constantes debates y tendencias reduccionistas. No obstante, al adoptar la visión del Homo Institutionalis, podemos concebirla como la disciplina científica centrada en la gestión de las instituciones sociales, con especial atención a las de carácter interpersonal. Esta perspectiva no solo le proporciona un ámbito de acción material y un enfoque dialéctico para sus desafíos epistemológicos, sino que también le otorga una eficacia práctica considerable, evidente en la clínica y en las terapias conductuales contextuales. De esta manera, el Homo Institutionalis se entiende como un individuo racional que interactúa mediante instituciones, y es esta interacción la que lo eleva cualitativamente por encima de otras especies, configurándolo como persona y no meramente como un ser humano.

En contraste con esta visión integradora, algunas corrientes, como el psicoanálisis en su forma clásica, han sido objeto de análisis crítico. Por ejemplo, la conceptualización del Homo psychologicus de Sigmund Freud, según Erich Fromm, se muestra irrealista al desvincular la psicología de la filosofía y la ética. Este enfoque ignora la necesidad inherente del ser humano de encontrar un significado a su existencia y establecer normas de vida, lo cual es fundamental para comprender la personalidad en su totalidad. Así, la psicología, para avanzar, debería retomar la tradición de la ética humanista que concibe al ser humano en su integridad material. Además, Fromm observa que la psicología contemporánea, incluyendo el psicoanálisis, a menudo carece de visiones propositivas sobre el «hombre mejor» o una «sociedad mejor», concentrándose en la crítica ideológica, lo que puede paralizar la confianza del individuo en sí mismo y en su futuro. Jacques Lacan, por su parte, ha planteado la pregunta fundamental sobre si el psicoanálisis es realmente una ciencia, lo que subraya la persistente ambigüedad en su estatus epistemológico. Viktor Frankl, en su crítica, señala que la obra de Freud y Alfred Adler, aunque histórica, ha sido «superada y sobrepasada» por el curso posterior de los acontecimientos en el campo de la psicoterapia.

 

Psicología como ciencia:

Para dilucidar la naturaleza científica de la Psicología, es fundamental acudir a la Teoría del Cierre Categorial de Gustavo Bueno, la cual postula que una ciencia se define por la circularidad y recurrencia de las operaciones que delimitan su campo categorial, más allá de un método o un objeto aislados. Este proceso de cierre confiere a una disciplina una autonomía inteligible en su funcionamiento, una cualidad largamente anhelada por la Psicología a lo largo de su desarrollo. Conforme a Bueno, la realidad es intrínsecamente material y se presenta en tres esferas de cognoscibilidad: la corpórea, la sensible-psicológica y la racional. Por ende, una ciencia opera con materiales que enmarcan sus procesos, y la Psicología, en este contexto, debe hallar su particularidad en la administración de la compleja interrelación de estas tres dimensiones materiales en la conformación de la persona. Desde sus comienzos, la Psicología ha procurado definir su campo de estudio, evolucionando del alma a la mente y, posteriormente, a la conducta, con el fin de distanciarse de la especulación filosófica y alinearse con las ciencias naturales. Wilhelm Wundt, por ejemplo, buscó el reconocimiento científico a través del método experimental y el laboratorio, concentrándose en fenómenos psíquicos cuantificables y controlables. Sin embargo, esta trayectoria ha desembocado frecuentemente en reduccionismos que obstruyen la consecución de un auténtico cierre categorial.

Carl Gustav Jung ha expresado que el psicoanálisis, a pesar de los esfuerzos, aún no ha logrado una exposición doctrinal completa ni ha podido trazar su génesis y evolución de manera unificada. Stanislav Grof complementa esta crítica al sugerir que las interpretaciones actuales del universo, la realidad y los seres humanos son «superficiales, incorrectas e incompletas». El problema principal de la psicoterapia occidental, según Grof, radica en que cada investigador se ha enfocado en un nivel específico de la conciencia y ha generalizado sus hallazgos a la totalidad de la psique humana, lo que hace que sus teorías sean «esencialmente incorrectas», aunque puedan tener utilidad en su nivel particular. Esta fragmentación y la falta de un marco teórico suficientemente amplio dificultan un cierre categorial genuino, haciendo que la disciplina se asemeje más a un mosaico que a una figura definida.

En efecto, vemos:

Reduccionismo biologicista/fisiologista: Esta corriente propone explicaciones de lo psicológico que se limitan a programas biológicos, ya sean innatos o adquiridos. Bartra critica a Humphrey por llamar como «mentales» los bucles y los circuitos cerrados en el cerebro y a Gazzaniga por reducir el «cerebro social» a una «metáfora interna del sistema nervioso central». Tales aproximaciones, al pasar por alto la influencia del entorno y, crucialmente, la materialidad sensible-psicológica y racional que se forma mediante la interacción institucional, ofrecen una visión incompleta. Si bien la necesidad clínica de clasificar a los enfermos contribuyó al desarrollo del concepto de constitución, la Teoría del Cierre Categorial previene contra la simplificación de la personalidad a meras estructuras genéricas. La Psicología, al abordar la persona, debe integrar estas tres materialidades, reconociendo que no es posible sentir ni emocionarse sin razonar, ni razonar sin comprometer emociones, ni ninguna de las dos sin comprometer nuestra corporeidad.

En este sentido, la aproximación psicoanalítica ha sido criticada por su «pansexualismo», que unilateralmente circunscribe la realidad anímica a lo sexual, incurriendo en una «limitación en sentido material», como lo señala Frankl. Esta generalización, que busca abarcar toda la energía psíquica bajo el concepto de libido, puede hacer que el concepto pierda su significado al no establecer contraposiciones claras. Además, un concepto del inconsciente estrictamente personal, limitado a elementos biográficamente explicables, resulta «menos eficaz y de un valor limitado, sino finalmente antiterapéutico», según Grof. Este enfoque es propenso a «psicopatologizar» fenómenos perinatales y transpersonales que no encajan en su marco, creando un «obstáculo insuperable» para reconocer su potencial curativo y transformador. Esto difiere fundamentalmente de la perspectiva materialista, que exige la integración de las tres materialidades y la comprensión de la persona en su totalidad.

La trayectoria de la Psicología ha fluctuado entre estas posturas, originando una multiplicidad de modelos que conciben la vida mental como emergente de lo orgánico, desarrollándose en lo social y manifestándose a través de estructuras diversas. Para algunos, esta variedad ha fragmentado la disciplina, haciéndola parecer más un mosaico que una figura definida. No obstante, desde la Teoría del Cierre Categorial, toda ciencia requiere una morfología específica, una configuración interna que trascienda la mera colección de proposiciones o generalizaciones. La Psicología ha perseguido un objeto de estudio que, aunque inmerso en el ámbito biológico y social, posea una especificidad que le permita alcanzar su cierre categorial y evite el desbarro inherente a la ausencia de criterios claros. Como producto de la Ilustración y la modernidad, la Psicología se estableció como una práctica científico-tecnológica a partir de la segunda mitad del siglo XIX, respondiendo a exigencias sociales y personales. Su naturaleza empírica y su búsqueda constante de aplicación han sido rasgos distintivos. Con todo, la interrogante sobre si ha logrado un cierre categorial genuino, superando la simple agregación de enfoques o la aplicación de métodos genéricos, sigue vigente. Aquí sostenemos que la Psicología puede alcanzar su ansiado estatus de ciencia al delimitar su objeto material en la gestión del sistema institucional de la persona y las instituciones interpersonales, eludiendo los reduccionismos previamente señalados y construyendo su propio cierre categorial sobre la base de la materialidad trigenérica que conforma al ser humano.

 

Objeto material de la Psicología:

Dentro del marco del Homo Institutionalis, una institución trasciende la mera concepción de una estructura social externa; se erige como una construcción racional que se origina a partir de elementos operativos de la realidad. Una vez que estas construcciones son adoptadas y asimiladas por una sociedad, tanto a nivel racional como sensible, adquieren plena operatividad, configurando y expandiendo la realidad misma, también en el plano corpóreo. Esto implica que las instituciones poseen una existencia material inherente, más allá de una naturaleza puramente ideal, y son susceptibles de ser administradas. No son ideales. De hecho, las instituciones son objeto de idealización; de ahí, su derrumbamiento, en muchos casos. En este sentido, la institucionalización se concibe como una operación intelectiva de carácter colectivo, similar a la definición y conceptualización, que permite establecer un concepto formulado de manera específica y consensuada para su aplicación en la sociedad. La persona misma es una institución esencial, no un «espíritu encarnado», ni mucho menos, sino una construcción racional que se moldea y se gestiona mediante la interacción con otras instituciones. La individualidad personal no es un vacío ajeno a su clasificación en arquetipos históricamente determinados. Por ello, la Psicología, al estudiar y administrar este sistema institucional de la persona y las instituciones interpersonales, delimita su material de trabajo concreto en las siguientes esferas, abarcando la materialidad trigenérica cognoscible por el hombre (corpórea, sensible-psicológica y racional):

a) La relación del individuo consigo mismo (la persona como institución individual): El yo no se reduce a un alma racional o a una entidad fantasmal, sino que es una construcción racional compleja. Si bien Gazzaniga sugiere que el «intérprete» cerebral genera la «ilusión» de libertad al construir la teoría de que los comportamientos emanan de un yo, y Didier Anzieu propone el «Yo piel» para situar la conciencia del yo en el tejido cutáneo (lo que Bartra considera una falsa solución), nuestra perspectiva indica que la persona no solo posee una autoevaluación como una integración estable de conceptos y vivencias, sino que el acto mismo de constituirse como persona implica la gestión activa de operaciones intelectivas y relaciones internalizadas. Las neurosis, por ejemplo, pueden surgir cuando las conexiones entre los componentes individuales y personales del ser humano se ven interrumpidas, o cuando los proyectos colectivos se debilitan. Así, la Psicología se encarga de la coherencia y funcionalidad de este yo institucional, buscando la integración de procesos cognitivos y motivacionales que trascienden la mera actividad de procesamiento de información. El libre albedrío, entendido como la facultad de regir la propia existencia, es factible gracias a las instituciones culturales que, como parte intrínseca del sistema institucional de la persona — un entramado de materialidad corpórea, sensible-psicológica y racional—, cumplen funciones que el cerebro no puede ejecutar exclusivamente por medios biológicos, primordialmente a través del lenguaje. Este sistema posibilita la singularidad humana y la coexistencia del indeterminismo y la deliberación. En consecuencia, la gestión del yo no es meramente interna, sino que está intrínsecamente ligada a este sistema institucional que se extiende más allá de lo puramente cerebral. La educación desempeña un papel crucial, ya que la persona se forma finalmente como tal por su mediación, aprendiendo a razonar y a gestionar la propia integridad con autonomía suficiente, inmersos en una sociedad adulta.

En contraste con esta visión del yo como una construcción racional compleja que gestiona su propia institucionalidad, Frankl critica que el psicoanálisis tiende a enfocar el yo como si fuera el ello, es decir, como si estuviera impulsado por los «instintos del ego». Esta interpretación ignora la «libertad final del hombre» y su «verdadero señorío», que son inherentes al yo consciente y responsable. Grof, por su parte, señala que, para la psicología tradicional, incluidas algunas vertientes psicoanalíticas, las inclinaciones e intereses espirituales suelen tener connotaciones patológicas, y que el pensamiento psiquiátrico moderno asocia implícitamente la salud mental con el ateísmo, el materialismo y las teorías mecanicistas. Esta perspectiva, que patologiza las experiencias espirituales, dificulta la comprensión de la persona en su plenitud e integralidad, en lugar de favorecer la gestión de la propia integridad con autonomía suficiente.

b) Las instituciones interpersonales primarias (familia, amigos, pareja): Estas constituyen relaciones sociales que, aunque pueden superponerse a vínculos biológicos, se configuran de manera subjetiva y adquieren una dimensión histórica y material. La familia, por ejemplo, va más allá de su comunicación actual, extendiéndose al significado histórico que ha adquirido para cada individuo. El complejo de Edipo no se interpreta como un impulso instintivo, sino como un descubrimiento del niño en el mundo adulto, donde su vida se entrelaza con la memoria de sus progenitores. Estas «contradicciones» en la experiencia humana representan el material que la Psicología debe gestionar, reconociéndolas como elementos de un mundo que no es sino el conjunto de cosas, hechos y sucesos con nombre propio, con un lugar dispuesto en el conjunto general de cuanto… conocemos y, por tanto, dominamos, podemos disponer de ellos. Por consiguiente, la Psicología no solo las estudia, sino que también busca optimizar su funcionamiento, identificar sus limitaciones y fomentar su desarrollo, confiriendo un propósito a los actos individuales mediante proyectos personales enmarcados en normas culturales objetivas. La integridad de la persona dependerá del grado de coherencia que mantengan estas distintas personalidades o roles que asume al interactuar con estas instituciones:

El psicoanálisis, particularmente en su enfoque «historicista» señalado por Jung, tiende a buscar el fundamento psicológico del presente en la «historia familiar» y en el «sector de fantasías infantiles inconscientes». Si bien esto ha permitido una comprensión profunda de la determinación del síntoma neurótico, puede conducir a una interpretación unilateral. Jung observa que las «fantasías inconscientes» que el análisis trae a la superficie no siempre son realidades del pasado, sino a menudo elaboraciones posteriores de la libido, incluso en relación con el «complejo de Edipo». Esta inclinación a un enfoque exclusivamente historicista, que no considera el sentido teleológico de los sueños, es decir, su función prospectiva para los problemas actuales y futuros del individuo, limita la capacidad de la persona para reconstruir su biografía y orientarse hacia un destino personal, enfocándose excesivamente en los orígenes en lugar de en la proyección hacia el futuro. Esto puede generar obstáculos para la gestión activa y autónoma de la institucionalidad personal al mantener al individuo anclado en interpretaciones del pasado.

c) Las instituciones sociales y laborales (autoridad, trabajo, etc.): El individuo, en su condición de sujeto, se inserta en una intrincada red de interacciones, donde las dinámicas de poder, competencia y explotación son realidades que moldean su experiencia. La Psicología del Trabajo, por ejemplo, busca determinar las aptitudes idóneas (perfiles adecuados) para un rendimiento eficaz, enfocándose en la selección de personal y en el desarrollo de aquellos que necesitan mejorar su desempeño. Esto, esencialmente, se trata de la gestión de instituciones, no meramente de individuos aislados. Los sistemas de valores, creencias y sentimientos hunden sus raíces en la historia de las civilizaciones. El «individuo flotante» surge de la fragilidad de la conexión entre los propósitos individuales y los planes colectivos históricamente establecidos, un fenómeno que vaya que se asemeja a la adolescentización mercantil, donde el individuo se reduce a un simple agente del mercado pletórico. Por lo tanto, la Psicología se ocupa de restaurar en el individuo su sentido de la personalidad, reconstruyendo su biografía dentro de un proyecto con un destino personal. La Psicología social, desde esta perspectiva, debería investigar la compleja interconexión entre la organización sociopolítica y los aspectos psicosociales de las diversas instituciones, con el fin de forjar un sentido psicológico de la vida social para el individuo, capacitándolo para operar en la realidad a través de la razón, por raciones. Estas instituciones interpersonales no son simples construcciones abstractas, sino realidades operativas dotadas de una materialidad trigenérica. Su eficacia se manifiesta al generar su propia realidad corpórea a partir de las dimensiones racional y sensible, expandiendo así la realidad misma. Esto no obedece a una «teoría de los todos y las partes» de carácter meramente formal, sino a la observación de totalizaciones esenciales de los fenómenos, vinculadas a los «círculos de totalización» que demandan un análisis dialéctico.

 

La clínica y la terapia conductual contextual:

La validez de este enfoque se evidencia de forma contundente en la práctica de la clínica psicológica y, en particular, en la Terapia Conductual Contextual (TCC). Si la Psicología se define como la ciencia que administra el sistema institucional de la persona y las instituciones interpersonales, la clínica se convierte en el escenario para observar e intervenir en esta gestión, y la TCC proporciona el marco metodológico necesario:

a) La Clínica como Laboratorio de la Gestión Institucional:

  • Neurosis y conflictos: Sabemos que la neurosis surge cuando las interacciones entre los componentes individuales y personales del ser humano se ven interrumpidas, ya sea por exceso o por defecto. Esto denota una disfunción en la gestión de la propia persona como institución o en su relación con otras instituciones interpersonales, impactando su materialidad trigenérica.
  • Identificación del problema: La labor clínica no se limita a diagnosticar trastornos individuales; más bien, se ocupa de desvelar cómo la trayectoria vital del sujeto, junto con sus vínculos familiares, laborales y sociales (es decir, sus instituciones interpersonales), han moldeado su subjetividad presente. Los síntomas actúan como indicadores de una disfuncionalidad sociocultural asociada a la configuración o reestructuración de los circuitos híbridos que constituyen el sistema institucional de la persona.
  • El caso individual como elemento fundamental: El caso particular no se agota en la teoría, sino que encierra peculiaridades y patrones que pueden enriquecerla. La interpretación facilita la comprensión de la configuración específica de la personalidad, una organización única que no es reducible a un nivel teórico general y que es una fuente esencial de conocimiento universal. Este aspecto es vital para evitar una aplicación simplista de marcos teóricos generales al caso individual, un riesgo presente en el reduccionismo y en el idealismo maniqueo.

En la práctica clínica, la intervención psicoanalítica, si bien ofrece hallazgos valiosos, puede generar ciertos inconvenientes para la gestión de la institucionalidad personal. Freud mismo reconoció que la «transferencia» puede convertirse en un arma poderosa de resistencia, a veces retrasando el desarrollo de la terapia psicoanalítica por años. Lacan describe la transferencia como un «momento de cierre ligado al engaño del amor», y critica su manejo, señalando que algunos autores la ven como una «defensa del psicoanalista» que lo sitúa más allá de la «prueba de realidad». Lacan reinterpreta esto como el «deseo del analista», lo que añade una capa de complejidad y potencial para el engaño. Jung advierte que la «transferencia afectiva» puede ser un «desventaja considerable» al ampliar los límites de la familia del paciente para incluir al médico, manteniéndolo en un «ambiente infantil» y, por lo tanto, anulando las ventajas del tratamiento. Esto se agrava si el analista, al concentrarse excesivamente en el pasado, apoya la «tendencia regresiva» del paciente, llevándolo a «fantasear en mayor escala» y a preferir «ensueños pasivos y neuróticos» en lugar de enfrentarse a las «tareas primordiales en la vida». En este contexto, Jung subraya que el analista, consciente de su imperfección, no debe aspirar a ser un «padre o guía», sino a educar a los pacientes para que sean «personalidades autónomas». Frankl, por su parte, argumenta que, si el paciente tiene razón, la psicoterapia es innecesaria; si está equivocado, no se puede corregir una «concepción del mundo» equivocada solo con medios psicoterapéuticos, lo que sugiere una «insuficiencia» e «incompetencia» del psicoanálisis frente a lo que, en tanto materia fruto de la articulación de ideas, principalmente mediante el lenguaje, podemos permitirnos llamar espiritual. Además, la prolongada duración del psicoanálisis es una de sus «desventajas capitales», según Fenichel, y Grof estima que, con la limitación de que un analista trata un promedio de «ochenta casos en toda su vida profesional», la terapia psicoanalítica tradicional resulta costosa y poco accesible. La «psicosíntesis», un término relacionado con la superación de los complejos, es considerada por Lacan como una «palabra vacía» y una «inútil extensión de una comparación», careciendo de un programa o definición clara. Todo esto sugiere que, si bien el psicoanálisis ofrece herramientas valiosas para el entendimiento profundo, su aplicación en la práctica puede, en ciertos aspectos, dificultar o prolongar innecesariamente el proceso de una re-gestión del sistema institucional de la persona orientada a la autonomía y la adaptación a la realidad. Y ni qué decir de la carga de constructos con la que buena parte de escuelas contemporáneas pretende la sofisticación, al menos teórica, de su práctica, más bien parecida a la de un antiguo consejero espiritual, el confesor o un chamán.

b) Terapia Conductual Contextual (TCC) como Metodología de Gestión: En la que claramente vemos:

  • Énfasis en el contexto y las relaciones: A diferencia de enfoques más simplistas, la TCC se concentra en la estructura, en el conjunto, y sus propiedades constitutivas, entendiendo el aprendizaje como la captación de nuevas relaciones, las que emergen en y del medio, así como las variables intervinientes como matrices creencia-valor. Esta aproximación armoniza plenamente con la noción de gestionar instituciones interpersonales, que son, por su propia naturaleza, sistemas de relaciones y valores.
  • Superación del reduccionismo mecanicista: Mientras el conductismo clásico de Hull buscaba explicaciones mecanicistas de estímulo-respuesta, Edward Tolman, con su conductismo propositivo, ya introducía la relevancia de las expectativas e hipótesis, así como de los mapas y representaciones mentales del organismo. Este giro cognitivista de Tolman prepara el terreno para reconocer la complejidad de las instituciones interpersonales, las cuales se configuran como redes de conexiones y relaciones que estructuran los contenidos conceptuales.
  • La unidad múltiple de la persona: Daniel Stern concebía al sujeto psicológico como persona, y sus procesos mentales como distintas maneras en que la persona establece su conexión con el mundo. Esta compleja unidad de la persona, con su intencionalidad y teleología, es un reflejo directo de las instituciones interpersonales. La TCC opera sobre esta base, guiando a los individuos a reconfigurar sus interacciones (sus instituciones) para alcanzar una vida más plena.
  • El sistema institucional de la persona y la acción terapéutica: Si el libre albedrío se fundamenta en implementaciones culturales que suplen funciones que el cerebro no puede realizar por medios exclusivamente biológicos, principalmente por medio del lenguaje, entonces la terapia constituye, en esencia, un proceso de co-construcción y re-gestión del sistema institucional de la persona, abordando sus dimensiones corpóreas, sensibles-psicológicas y racionales. Las estrategias terapéuticas, como el análisis funcional de la conducta en su contexto, la aceptación y el compromiso, intervienen directamente en estas instituciones interpersonales, transformando la relación del individuo con sus propios pensamientos, emociones y con su entorno social.

 

Entonces…

La fortaleza de esta propuesta radica en su capacidad para ofrecer un objeto de estudio tangible y delimitado, sin incurrir en reduccionismos, y para integrar la complejidad inherente al Homo Institutionalis. Las instituciones interpersonales distan de ser etéreas. Son, de hecho, construcciones racionales con plena operatividad, que generan su propia realidad. Poseen efectos observables, cuantificables y modificables, y proveen un fundamento de objetos o términos que constituyen sus dominios. La autosuficiencia de su inteligibilidad operativa permite el cierre categorial. Este planteamiento trasciende la dualidad individuo-sociedad, así como la de subjetivo-objetivo. La Psicología no ignora ni minimiza estos polos, sino que los articula dialécticamente, reconociendo la facultad de operar en la realidad por raciones. Al postular el sistema institucional de la persona como el «circuito híbrido» —unificador de la materialidad corpórea, sensible-psicológica y racional— donde la conciencia y la voluntad se manifiestan, posibilitando la singularidad humana y la coexistencia del indeterminismo y la deliberación, se cimenta la responsabilidad personal, pilar de las instituciones sociales. Así, la Psicología, al gestionar estas instituciones, no solo interpreta el comportamiento, sino que interviene en la realización de la libertad, comprendida como la facultad de normar la propia vida. Las diversas especialidades de la Psicología (clínica, educativa, laboral, social) ya operan en la gestión de estas instituciones. Este marco conceptualiza su quehacer, dotándolo de un rigor epistemológico. Por ejemplo, la psicoterapia es una relación intrínsecamente individualizada que debe evitar la asimilación del caso particular en un marco de referencia absoluto. Nuestro enfoque permite, precisamente, comprender su significado integral sin anular la singularidad. El riesgo de que la Psicología aparezca como una mera amalgama de enfoques heterogéneos es innegable. No obstante, el esquema del Homo Institutionalis no se limita a yuxtaponer ideas, sino que las unifica bajo el principio rector de la gestión del sistema institucional de la persona y las instituciones interpersonales, estableciendo un criterio para seleccionar entre los diversos tratamientos parciales. De este modo, se busca una sistematización que articula las distintas concepciones. La concepción de las instituciones como construcciones racionales erigidas a partir de elementos operativos de la realidad es profundamente materialista. No se plantea un «mundo ideal» platónico, sino que se reconoce cómo la razón, al interactuar con la realidad material, es capaz de forjar nuevas realidades (instituciones) que, aunque no se reducen a un soporte biológico o físico inmediato, poseen una efectividad material innegable. La realidad objetiva de este mundo es el punto de partida, y la Psicología explora cómo el mundo exterior se construye en la subjetividad individual. La preocupación de que el estudio de la subjetividad caiga en la irreflexión o el subjetivismo se disipa al comprender que las instituciones interpersonales son realidades compartidas (consensus gentium), dotadas de una lógica propia. La objetividad se fundamenta en el mutuo asentimiento y la crítica en la experiencia de la comunidad. De este modo, la subjetividad no se ignora, sino que se reivindica en su compleja integración y determinación social. Esta aproximación se opone al hiperrelativismo actual, que, bajo las etiquetas de «diversidad» y «multiculturalismo», niega la posibilidad de operaciones intelectivas compartidas. Si bien la historia de las relaciones sociales y los arquetipos culturales influyen en el individuo, este planteamiento no incurre en un determinismo absoluto. Se reconoce que la libertad implica la capacidad de diferenciar la propia personalidad de aquello que no puede ser asimilado al legado cultural y a las normas heredadas. Para clarificar, la conciencia no se localiza exclusivamente en el cerebro, sino que forma parte de un circuito híbrido con el sistema institucional de la persona, es decir, con las redes institucionales que nos configuran, donde la voluntad, como facultad de la razón, es capaz de modificar las redes neuronales que aparentemente determinan el comportamiento. La razón humana, como una facultad desarrollada que permite elaborar criterios para interpretar la realidad y gestionar el conocimiento, no es transferible a un sistema computarizado, sino que se forja en el choque con la realidad, en la lucha con las instituciones, en el trabajo racional elevado. Esta perspectiva faculta a la Psicología a interactuar con la symploké de la existencia humana. La disciplina se transforma de una ciencia abstracta en la ciencia de una realidad social en expansión, cuya plena efectividad en la clínica y en las TCC demuestra su aptitud para intervenir en la reconfiguración y gestión del sistema institucional de la persona y de las instituciones interpersonales. Al descifrar cómo la razón, mediante su ejercicio dialéctico, edifica y transforma la realidad institucional, la Psicología se consolida como un conocimiento esencial para entender y manejar la complejidad intrínseca al Homo Institutionalis.

 

 

 

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