Falso sueño: Aproximación a la obra de Shuto Okayasu

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Realidad. Representación. Interpretación… Ilusión. Engaño.

Hace tiempo que la pintura gira en torno del diseño, del concepto: fondo apoyado en una forma tan bien como podría, en otra. De este modo resulta improbable cuestionar a través de la imagen. Para afrontar esta falencia, se apela nuevamente a la apariencia, aunque con palabras: los cuadros requieren explicaciones más allá del marco institucional, para ser tan siquiera entendidos por lo que muestran, como si no fuera obvio.

Hay, sin embargo, trabajos de los promocionados entre estos, que importan… porque cuestionan conceptos soterradamente, en apariencia, y puede que de veras, contra la voluntad de su autor…

Shuto Okayasu pinta una supuesta realidad que, desde una perspectiva racional, escéptica, no podría considerarse sino como una ilusión cuidadosamente elaborada. Su obra se inscribe en un registro pictórico que refleja una supuesta tensión entre lo interior y lo exterior, entre el silencio del sujeto y el caos de la urbe. Pero más allá de esta patente intención, su trabajo termina exponiendo algo distinto: la miseria existencial de una juventud que, lejos de cuestionar racionalmente su entorno, se repliega sobre sí misma con una actitud pasiva, melancólica e irreflexiva, buscando escapatoria en fugas idealistas hacia la naturaleza o en escenas cotidianas elevadas a la categoría de iconografía de la desesperanza.

El supuesto héroe que alberga un «rico mundo interior» y prefiere lo analógico y la naturaleza, no es sino un abstraído, un sujeto impotente.

La representación de Okayasu no apunta, al parecer, a ser crítica, ni siquiera en el sentido más elemental de la palabra, pero resulta, en todo caso, el testimonio visual de una adolescencia perpetuada, de una subjetividad que se aferra al malestar como forma de identidad, sin asumir responsabilidad alguna frente al mundo… y entonces, detona sobre sí misma, merced de la luz (como explicaremos un poco más adelante).

Sus cuadros presentan figuras solitarias, jóvenes por lo general, inmersos en paisajes urbanos saturados de movimiento, pero curiosamente inertes (aunque de formas ondulantes, menos fijas que el entorno). Las calles pululan de vida, de tráfico, de ruido, de interacciones, mientras los sujetos representados permanecen quietos, ausentes, como si contemplaran todo desde una burbuja mental. Esta aparente dualidad —entre el dinamismo externo y la quietud interna— podría ser interpretada como un gesto de resistencia, una forma de negación estética al sistema capitalista que impone velocidad, productividad y efervescencia constante. Sin embargo, bajo el prisma de las operaciones intelectivas, lo que en verdad representa es una imposibilidad de operar efectivamente en el mundo. El sujeto pictórico de Okayasu no se enfrenta dialécticamente con la realidad, no gestiona conocimiento alguno ni amplía su mundo; simplemente se mantiene en un estado de desconexión que, aunque sugerente formalmente, carece de fundamento crítico sólido. Complacencia en la fragilidad.

La técnica empleada por Okayasu, que mezcla elementos del cómic, el manga, la pintura tradicional japonesa y cierta abstracción occidental, sugiere una fusión cultural que, en principio, podría entenderse como un intento de superar fronteras simbólicas. Pero en lugar de proponer una nueva racionalidad capaz de integrar estos materiales heterogéneos en una visión coherente y cuestionadora, lo que el artista ofrece es una amalgama decorativa, una especie de collage estético que reafirma el gusto por lo sensible antes que por lo conceptual. Y, nuevamente, tal contradicción devela ante el público atento, la farsa…, de la que, quiera o no, es partícipe.

En efecto, el joven que observamos en sus obras es, precisamente, el producto de una educación de la que formamos parte. El culmen del escapismo subjetivista.

El título de su muestra Okku/Beyond the Light remite a un concepto japonés vinculado a la infinitud del tiempo, a la lentitud, incluso a la indolencia. Esta referencia filosófica se diluye en una lectura superficial, casi ingenua, que reduce la complejidad del pensamiento japonés a una simple idea de retardo, de tibieza afectiva que se vincula, por ejemplo, con el romanticismo literario de Natsume Soseki, supuesta justificación del suicidio de quienes no pueden vivir sin los ideales de su viejo imperio.

No hay aquí una exploración del tiempo institucional, ni mucho menos una crítica a su organización social o política, sino un retorno a un romanticismo del vacío, donde la espera, la meditación y la introspección son presentadas como virtudes en sí mismas, sin articulación con el marco normativo que da sentido a toda experiencia humana.

Cada chico pinta como la realización del ideal de abstracción que se propugna por tantas partes, zen de bolsillo; una suerte de nuevo Pensador de Rodin, igualmente absurdo e inútil, que, al cerrarse al barullo urbano, no cuestiona el orden establecido, sino que pretende huir de él. Pero de la realidad material, no es posible el escape.

La insistencia en la soledad de los personajes, en su aparente introspección, en su postura corporal doblegada, en sus expresiones neutras o tristes, no responde a una voluntad de crítica, sino a un afán de identificación. Se dirige a una generación que ha sido sistemáticamente adolescentizada. Se conforma con la representación de un sujeto paralizado, que no experimenta ni mucho menos genera experiencia, alguien que no es libre, no ejerce su autonomía en tanto persona; es, simplemente, un humano que vive bajo la presión de fuerzas que no comprende, ni pretende comprender. Y en lugar de confrontarlas, se entrega a ellas como víctima, como si la condición de marginación autoimpuesta fuera un mérito ético o un valor estético.

Pero, ¿cómo es que se cuela, entonces, la duda, la cuestión de la participación de afuera adentro de la imagen?

Aparentemente, no hay en la obra de Okayasu un contrapeso que permita al espectador reconocer su propia intervención en la estructura que critica, ni tampoco una propuesta alternativa. Pero la paleta de colores pastel, en una composición limpia, armónica, sugiere una conciliación estética con el caos, un orden, por exagerado, imposible, y entonces… se revela el artificio. La luz que menciona el título de la exposición no es la luz de la razón, ni siquiera la del conocimiento; es la luz difusa de la ilusión, de la evasión, de la mentira amable que permite seguir sin hacer nada.

Okayasu, nacido en Japón y formado en Estados Unidos, acaso ha engañado a todos quienes consideramos su obra, involuntariamente cuestionadora… Mayor sería su mérito…

Bajo el peso de su propio silencio pictórico, sus obras se prestan indubitablemente a un juego de revelaciones. La persistencia de un idealismo que se alimenta de la debilidad institucional, de la crisis de la razón en la era postmoderna, brilla aquí hasta opacar la luminosidad atribuida a la supuesta sabiduría de los chicos encorvados, para más inri, ciegos…

Y bueno, ciego, quien no vea…

[Todas las imágenes, del sitio Web del autor: SHUTO OKAYASU]