una estación de la vía, nada arbitrario: una ración — para emprender, entonces, articulando cuidadosamente las ideas, atento alpulsoalaliento del sitio, la vía dolorosa, no lineal, mucho menos recta, ora ascendente, ora descendente, transversal — corpúsculoionda, desde la primera exploración, por su intención, cuando intenté volver hace tan poco, recién, a la vieja casa, y me vi ante el portón de madera tosca, marrón oscuro — esmalte liso cicatrices y grumos, para percatarme violentamente arrastrado, entonces, al primer tacto, al auténtico retorno a esa imagen antigua: la luz de la ventana el cochecito la boca de mi madre y yo del otro lado mordiendo también comulgando — por lo que importa, determinante: me hallé, no sólo al tanto de la necesidad, incontrovertible, sino, finalmente, dispuesto al contraste entre las cosas, los hechos, los sucesos, más bien de sus evidencias, y la memoria, con su argumento falaz, no pocas veces inclinado a justificar sobre todo al resto, opaco yo en la ecuación, sin nobleza, entrega vacía — no una voz, disolución en el material mismo, sino refracción de una