EN LA SALA DE EXPOSICIÓN - 9
Y suspiras… — una pausa, la fabulación, un espacio nuevo, quizá, y acudes a ella, a su imagen, una pausa, una pausa…; y le(te) dices: porque esto merecería una buena explicación, si estuvieras aquí, desde luego, por más que parezcas a menudo, tanto, saber de antemano cuanto pretendo concluir, a medio camino ya de mi esmero, asintiendo, (s)satinada — invitación de tus ojos almendrados, las cejas altas, a que siga, de todos modos, vamos; porque, bueno, — quién es ese niño y a qué tanto revuelo de sus penas, que si la muerte y la vocación y la revelación de una suerte probable para uno de cada cinco infantes, en promedio, digamos, siendo pesimistas, que tu madre rechace sin saberlo quién eres, sin querer, además, y aunque te quiera, de lo que no cabe duda, hay tanto que lo confirma — pero no es tan simple, como no lo es en realidad para nadie, ¿quién puede determinar de buenas a primeras cómo se articula el mundo para uno, cómo es que cada quien desarrolla su forma, más aún si se trata de eso mismo, de una articulación en imágenes, signos símbolos, fieles y refracciones, finalmente ensamblados, aunque temporalmente — para poder explicar(se) — ¿quién? dime, tu madre, no, no, como muchas otras madres y mujeres y hombres de todas partes, pues no es lo usual que alguien pequeño, desde siempre, casi, pasase horas y horas de bruces sobre el piso enmaderado dibujando, cada que había papel a mano o, sino, dedo suspendido en el espacio, trazos y trazos a vuelo, concentrado, para representar lo que antes te habías detenido a observar cuidadosamente buen tiempo, perdida la noción de cuánto, minutos, horas, irrelevante; así que nada de eso fue para ella señal clara de nada, salvo quizá una afición, como cualquier otra, formas de pasar el tiempo, de aproximarte a lo que claramente te estimulaba más — fotos, cuadros, dibujos, esquemas, diagramas, libros, los de tu padre, aunque no supieras todavía leer, y tú — trazos, más trazos en el aire, como respuesta, y en el papel, cuando lo había, y cuando había también lápices, que no era siempre, ni mucho menos, lo que tampoco tenía para ti ningún valor específico — era lo que era, y ya, y se te ofrecía íntegro, sin límites, para entenderlo, luego comprenderlo y finalmente reproducirlo y darle, luego una forma nueva, inédita (aprendiste luego a decir), a partir de su ausencia, que no era en ningún caso desaparición, y he ahí el problema, con eso llegamos al punto, te figuras que le dices a ella, excusando a tu madre, amada y que te amaba — pues que no sabías de veras que algo podía simplemente desaparecer bajo su forma conocida para extraviarse, no, para eso — fin — definitivamente, y no brillar más ni ofrecer tan siquiera una sombra remota, remotísima que proyectara su sustancia, y eso precisamente era lo maravilloso — en todo: las flores, los animales, los perros, incluso en la situación de Sosa, el mendigo que vivía entre bloques de sillar al fondo de la quinta, merced de los caseros, acaso por algún vínculo remoto, desconocido, incluso él mismo, bendición para ti, en su miseria, su dolor, el aura de riesgo y la estela de alcohol y mugre a su paso — una presencia, siempre, así no estuviera corpóreamente ahí, de modo que era también símbolo, eterno, eso es: eterno, pero sin ser llamado así, qué necesidad; hasta que viste que confluían los mismos trazos que hacías, el inicio y el término de algo y otra cosa, con la realidad misma temporal, con esa otra frontera infranqueable, de vértigo, cuyo asomo a lo mejor era la certeza del lomo de la noche, no la oscuridad, simplemente, hacía tiempo, en el jardín de la otra casa, cuando corriste a tus padres dejando de lado el triciclo de fierro, el canto de las hojas del arbusto y la enredadera, el afán seductor de las flores púrpuras — que tanto te habrían gustado a ti, ojos almendrados y que, de hecho conoces, habrías sabido identificarlas — quizá, ¿ves?, a lo mejor, eso — límites, de modo que lo llevabas dentro y ahora, al fin, lo veías corroborabas respondía era — es, tiempo, desaparición definitiva — salvo, salvo — en la representación — en — eso: la articulación, lo tuyo, de modo que cómo negarlo, cómo desesperar por tu desespero — nuevo de veras, pobre mamá, exculpada, sí — como sea — tan sencilla, tan — bien lo sabes tú, Ana
