El individuo tirano: Origen, finalidad y cooptación del juego generacional

Por Juan Pablo Torres Muñiz

Lamentablemente, cada vez se hace más necesario subrayar obviedades, como la legitimidad de las protestas contra la corrupción en regímenes como el argentino y el peruano; o que estas mismas protestas son aprovechadas, muy a menudo, por quienes, irónicamente, fomentan la corrupción de los sistemas contra los que se dan…

Contrario a la creencia popular, las categorías generacionales que hoy saturan el discurso mediático y corporativo —desde los Baby Boomers hasta la Generación Z y Alpha— no emergieron de un riguroso análisis sociológico o antropológico. Su origen es, en cambio, periodístico y, fundamentalmente, mercantil. No estamos, por tanto, ante categorías científicas, sino ante constructos culturales y narrativas poderosas diseñadas para simplificar la complejidad social, artefactos potentes, pero científicamente frágiles.

Su génesis se traza a través de hitos mediáticos y comerciales, no académicos:

  • Generación Silenciosa (1928-1945): Acuñado por la revista Time en 1951 para describir a una juventud conformista, el término ya delata su naturaleza periodística.
  • Baby Boomers (1946-1964): Es la categoría más objetiva en su origen, anclada en el fenómeno demográfico del aumento de la natalidad tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su uso posterior para definir una mentalidad uniforme es una construcción artificial.
  • Generación X (1965-1980): Popularizado por la novela de Douglas Coupland Generation X: Tales for an Accelerated Culture (1991), el término capturó un sentimiento de cinismo y fue rápidamente adoptado por los medios.
  • Millennials (1981-1996): Acuñado por los historiadores Neil Howe y William Strauss, su trabajo ha sido criticado por su determinismo y su falta de base empírica, más cercano a la consultoría propagística que a la sociología rigurosa.
  • Generación Z (1997-2012) y Alpha (2013-…): Estas etiquetas son puramente mercadotécnicas, creadas para dar continuidad al «producto» de la clasificación generacional una vez que los Millennials dejaron de ser el foco novedoso.

La finalidad primaria de estos constructos es, por tanto, la segmentación de mercado. Proporcionan a las empresas un «atajo cognitivo y operativo» para segmentar a la población, guiando el desarrollo de campañas publicitarias y el diseño de productos. En la era del Big Data, estas etiquetas se convierten en variables útiles para la perfilación y la segmentación algorítmica en plataformas como Meta, Google y TikTok. La teórica Nancy Baym define esta dinámica como «capitalismo generacional», un sistema que empaqueta y vende identidades tanto a consumidores como a empresas, mercantilizando la experiencia vital.

Desde la sociología, el uso rígido de estas clasificaciones es profundamente problemático. La tradición sociológica, inaugurada por Karl Mannheim, entiende una generación no como una mera cohorte de edad, sino como un grupo que comparte experiencias formativas históricamente significativas y desarrolla una conciencia común. Las etiquetas modernas confunden la cohorte demográfica con esta unidad generacional real, que es mucho más rara y específica.

Los principales problemas de estas categorías son:

– Homogeneización artificial: Agrupar en una misma categoría a un joven de Berlín y a otro de una zona rural de Bolivia borra las enormes diferencias de clase, raza, geografía y capital cultural, invisibilizando así las desigualdades estructurales.

– Etnocentrismo anglosajón: El modelo se basa en hitos históricos específicos de EE. UU. (la guerra de Vietnam, el 11-S, la crisis de 2008), lo que le resta validez global. La experiencia de un Millennial en la Alemania reunificada es radicalmente distinta a la de uno en la Argentina del «corralito».

– Determinismo tecnológico simplista: La clasificación entre «inmigrantes» y «nativos digitales» ignora que el acceso y uso de la tecnología están mediados por la clase social, la educación y el capital cultural, conceptos clave en la sociología de Bourdieu.

Estas clasificaciones, en suma, funcionan como artefactos culturales que, al ser repetidos por los medios, se convierten en profecías autocumplidas, internalizadas por los propios individuos.

[Actualidad]

Hispanoamérica vive un periodo de alta volatilidad política, caracterizado por:

– Crisis de gobernabilidad y legitimidad: En países como Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina, la incapacidad de los gobiernos para responder a demandas sociales ha generado protestas masivas, muchas de ellas lideradas o amplificadas por jóvenes.

– Fragmentación política: Según el Centro de Estudios Internacionales UC Chile (2025), la región enfrenta una «polarización estructural» que dificulta la formación de mayorías estables y debilita la capacidad de los Estados para implementar políticas públicas.

– Influencia externa: Como señala Goberna (2025), la región se ha convertido en un «tablero de disputa» entre potencias globales, especialmente EE.UU. y China, que buscan alinear a los países según sus intereses.

En este contexto, los medios hegemónicos —especialmente anglosajones— enmarcan las protestas bajo la etiqueta «Generación Z», homogeneizando movimientos diversos y ocultando causas estructurales provocadas y sostenidas precisamente por los grandes entramados de inversión, tales como desigualdad económica; corrupción sistémica y exclusión política.

Este framing convierte la lucha política en un «conflicto generacional», despolitizando las demandas y facilitando la cooptación por actores externos. Gracias a ello, situaciones críticas como las del declive del dólar (según el FMI, la participación del dólar en las reservas globales ha caído al 58%, su nivel más bajo en décadas) y la pérdida de hegemonía cultural y política anglosajona ante actores como China y Rusia se manejan de otro modo. De hecho, se prepara al mercado de la zona para el aprovechamiento estadounidense del petróleo venezolano, cobre, plata, molibdeno y oro peruanos, aparte otros recursos minerales y agropecuarios del mismo país, así como de Colombia, Chile y Argentina. Esto, sin contar el asunto del tráfico de drogas.

[Usos]

Si bien el origen de estas etiquetas es mercantil, su aplicación ha trascendido al ámbito político, donde la «Generación Z» se ha convertido en un significante flotante, utilizado para enmarcar movimientos de protesta alrededor del mundo, a menudo denominados «revoluciones de colores». Este fenómeno merece una investigación rigurosa, pues revela cómo un constructo de marketing puede ser cooptado para fines de ingeniería social y política.

En el mundo occidental, la «Generación Z» es retratada como nativa digital. Datos de Eurostat para 2019 muestran que el 94% de los jóvenes europeos usaba internet diariamente, frente al 77% de la población general, con una brecha del 30% en el uso de redes sociales a favor de los jóvenes. En Argentina, el 98% de los adolescentes tiene perfiles en redes sociales, y el 40% pasa 24 horas conectado. Esta hiperconexión los convierte en el usuario ideal del mundo digital, dominando los dispositivos que determinan la cultura.

Este dominio digital se ha convertido en el principal vehículo para la movilización política. A través de plataformas como TikTok, X o Instagram, se convocan y coordinan protestas que los medios hegemónicos rápidamente enmarcan como «la furia de la Generación Z». Ejemplos recientes ilustran este patrón:

– Kenia (2024): Las protestas masivas contra el aumento de impuestos, conocidas como «Occupy Parliament», fueron organizadas en gran medida a través de TikTok e Instagram. La BBC destacó cómo esta «Generación Z bien formada y experta en tecnología» sorprendió a las élites políticas tradicionales con su capacidad de movilización, forzando al presidente William Ruto a retirar la ley de finanzas.

– Nepal (2025): Las manifestaciones en Katmandú, donde jóvenes ondearon una bandera con personajes de manga, fueron cubiertas por CNN y France 24 bajo el titular del «levantamiento juvenil» de la Generación Z. Se enfatizó el uso de símbolos de la cultura pop global como una forma de expresión política de una generación que «exige cambios».

– Filipinas (2025): En lo que France 24 denominó una «primavera asiática», la «furia juvenil contra la corrupción» se manifestó en masivas protestas. La narrativa mediática, como señala el portal de la Universidad de La Salle, se enfocó en la «radiografía de una juventud que desafía al poder en Asia», atribuyendo a la Generación Z un rol protagónico en la denuncia de la corrupción sistémica.

– Perú (2025): Las marchas contra el gobierno y el congreso fueron ampliamente cubiertas por medios como Infobae y RPP, que destacaron la participación de la «Generación Z» junto a gremios tradicionales como los transportistas. El framing mediático se centró en la juventud «indignada» que exigía un cambio político, utilizando las redes sociales como principal herramienta de convocatoria.

En todos estos casos, se observa un patrón común: un descontento social genuino es canalizado a través de movilizaciones juveniles que son inmediatamente etiquetadas y enmarcadas por los medios internacionales bajo el constructo «Generación Z». Este framing, de inocente no tiene un gramo. Cumple una doble función: por un lado, homogeneiza movimientos con contextos locales muy distintos, presentándolos como parte de un fenómeno global y uniforme; por otro, despolitiza las causas de fondo (crisis económica, corrupción, desigualdad) al centrar la narrativa en un supuesto conflicto generacional, que será aprovechado a mediano y largo plazo.

La paradoja es que esta supuesta «generación ofendida», que se presenta como antisistema, a menudo termina siendo funcional a las élites y a las agendas globalistas. Su rebeldía, canalizada a través de la cultura woke y la política de identidad, se convierte en una fuerza miope, que ataca símbolos en lugar de estructuras y se agota en la autoafirmación narcisista promovida por las mismas plataformas digitales que la movilizan. Esta dinámica sirve perfectamente a los intereses de quienes buscan desestabilizar gobiernos o promover cambios de régimen, utilizando a una juventud bienintencionada, pero, en gran medida, manipulada, como su «infantería digital» en estas «revoluciones de colores» de diseño.

[Una trayectoria de descomposición]

La persistencia de las clasificaciones generacionales no es un indicador de su validez, sino un testimonio del poder del marketing y la comunicación masiva para imponer marcos de interpretación de la realidad. Vivimos un proceso de desinstitucionalización y despersonalización masiva, donde la persona, como sujeto racional y autónomo que opera a través de instituciones, es reemplazada por el «individuo tirano», un ser desvinculado, emocional y narcisista, presa fácil del consumo y la manipulación.

La «Generación Z», en este contexto, no es más que la última etiqueta de un sistema que fomenta la adolescentización de la sociedad, un estado de inmadurez perpetua donde la identidad se vuelve fluida, el sentido se disuelve y la rebeldía se convierte en un producto de consumo más.

En última instancia, el deber de un pensamiento crítico es deconstruir estas etiquetas e insistir en análisis más matizados y contextuales. El verdadero entendimiento no reside en saber a qué «generación» pertenecemos, sino en analizar las fuerzas económicas, políticas y culturales que realmente dan forma a nuestras vidas y nos impelen a actuar.

Pasar de ser meros peones en el tablero de las «revoluciones de colores» a convertirnos en verdaderos agentes de cambio…, se dice fácil…, y, no obstante, sí que se puede, relativamente pronto. Cuestión de informarse y pensar.

 

 

 

Referencias bibliográficas:

  • Athena Lab (2025). Análisis del momento electoral latinoamericano.
  • Bauman, Z. y Leoncini, T. (2017). Generación líquida: Transformaciones en la era 3.0. Paidós.
  • BBC News Mundo. (2024, 27 de junio). “Occupy Parliament”: las masivas protestas de la “Generación Z” que forzaron al presidente de Kenia a retirar una polémica ley de finanzas.
  • Centro Estudios Internacionales UC (2025). 2025: Un año decisivo para América Latina.
  • Confidencial Digital (2025). Los 10 riesgos políticos de América Latina 2025.
  • Coupland, D. (1991). Generation X: Tales for an accelerated culture. St. Martin’s Press.
  • Eurostat (2019). Uso de internet en la UE.
  • Fourest, C. (2021). Generación ofendida: De la policía de la cultura a la policía del pensamiento. Península.
  • France 24. (2025, 14 de julio). Filipinas: ¿La primavera asiática? La furia juvenil contra la corrupción. France 24.
  • France 24. (2025, 23 de mayo). Nepal: El levantamiento juvenil de la Generación Z en Katmandú. France 24.
  • Goberna (2025). Crisis presidenciales en Latinoamérica.
  • Howe, N. y Strauss, W. (1991). Generations. William Morrow.
  • Howe, N. y Strauss, W. (2000). Millennials rising. Vintage Books.
  • IMF (2024). Currency Composition of Official Foreign Exchange Reserves.
  • (2025, 18 de agosto). Marchas en Perú: La Generación Z se une a los gremios en masivas protestas. Infobae.
  • Mannheim, K. (1928). Das Problem der Generationen. Kölner Vierteljahrshefte für Soziologie, 7(2-3), pp. 157-185, 309-330.
  • RPP Noticias. (2025, 19 de agosto). Protestas en Lima: Juventud indignada exige cambio político. RPP.
  • Torres Muñiz, J. P. (2022). Homo Institutionalis. Grupo Editorial Caja Negra.
  • Universidad de La Salle. (2025, 15 de julio). Análisis de las protestas en Asia: Radiografía de una juventud que desafía al poder. Portal de Noticias de la Universidad de La Salle.

 

ENGLISH VERSION

The Tyrant Individual: Origin, Purpose, and Co-optation of the Generational Game

Translated by Rebeca Sanz

Unfortunately, it is increasingly necessary to underline obvious truths, such as the legitimacy of protests against corruption in regimes like those of Argentina and Peru; or that these very protests are often exploited by those who, ironically, foster the corruption of the systems they are directed against…

Contrary to popular belief, the generational categories that saturate today’s media and corporate discourse—from Baby Boomers to Generation Z and Alpha—did not emerge from rigorous sociological or anthropological analysis. Their origin is, instead, journalistic and, fundamentally, commercial. We are not, therefore, facing scientific categories, but cultural constructs and powerful narratives designed to simplify social complexity, potent artifacts, but scientifically fragile.

Their genesis is traced through media and commercial milestones, not academic ones:

– Silent Generation (1928-1945): Coined by Time magazine in 1951 to describe a conformist youth, the term already betrays its journalistic nature.

Baby Boomers (1946-1964): This is the most objective category in its origin, anchored in the demographic phenomenon of the post-World War II baby boom. However, its subsequent use to define a uniform mentality is an artificial construction.

– Generation X (1965-1980): Popularized by Douglas Coupland’s novel Generation X: Tales for an Accelerated Culture (1991), the term captured a sentiment of cynicism and was quickly adopted by the media.

Millennials (1981-1996): Coined by historians Neil Howe and William Strauss, their work has been criticized for its determinism and lack of empirical basis, closer to propagandistic consultancy than to rigorous sociology.

– Generation Z (1997-2012) and Alpha (2013-…): These labels are purely marketing-driven, created to provide continuity to the «product» of generational classification once Millennials ceased to be the novel focus.

The primary purpose of these constructs is, therefore, market segmentation. They provide companies with a «cognitive and operational shortcut» to segment the population, guiding the development of advertising campaigns and product design. In the era of Big Data, these labels become useful variables for profiling and algorithmic segmentation on platforms like Meta, Google, and TikTok. Theorist Nancy Baym defines this dynamic as «generational capitalism», a system that packages and sells identities to both consumers and companies, commodifying lived experience.

From a sociological perspective, the rigid use of these classifications is deeply problematic. The sociological tradition, inaugurated by Karl Mannheim, understands a generation not as a mere age cohort, but as a group that shares historically significant formative experiences and develops a common consciousness. Modern labels confuse the demographic cohort with this real generational unit, which is much rarer and more specific.

The main problems with these categories are:

– Artificial Homogenization: Grouping a young person from Berlin with another from a rural area in Bolivia into the same category erases the enormous differences of class, race, geography, and cultural capital, thereby invisibilizing structural inequalities.

– Anglo-Saxon Ethnocentrism: The model is based on specific historical milestones of the USA (the Vietnam War, 9/11, the 2008 crisis), which reduces its global validity. The experience of a Millennial in reunified Germany is radically different from that of one in Argentina during the «corralito».

– Simplistic Technological Determinism: The classification between «digital immigrants» and «digital natives» ignores that access to and use of technology are mediated by social class, education, and cultural capital, key concepts in Bourdieu’s sociology.

These classifications, in short, function as cultural artifacts that, when repeated by the media, become self-fulfilling prophecies, internalized by the individuals themselves.

[Current Situation]

Hispanic America is experiencing a period of high political volatility, characterized by:

– Crisis of Governability and Legitimacy: In countries like Peru, Ecuador, Bolivia, and Argentina, the inability of governments to respond to social demands has generated massive protests, many of them led or amplified by young people.

– Political Fragmentation: According to the Centro de Estudios Internacionales UC Chile (2025), the region faces a «structural polarization» that hinders the formation of stable majorities and weakens the capacity of States to implement public policies.

– External Influence: As Goberna (2025) points out, the region has become a «battleground» between global powers, especially the U.S. and China, which seek to align countries according to their interests.

In this context, hegemonic media—especially Anglo-Saxon ones—frame the protests under the «Generation Z» label, homogenizing diverse movements and hiding structural causes provoked and sustained precisely by large investment networks, such as economic inequality; systemic corruption and political exclusion.

This framing turns political struggle into a «generational conflict», depoliticizing demands and facilitating co-optation by external actors. Thanks to this, critical situations such as the decline of the dollar (according to the IMF, the dollar’s share of global reserves has fallen to 58%, its lowest level in decades) and the loss of Anglo-Saxon cultural and political hegemony to actors like China and Russia are managed differently. In fact, the market in the zone is being prepared for the U.S. exploitation of Venezuelan oil, Peruvian copper, silver, molybdenum, and gold, besides other mineral and agricultural resources from the same country, as well as from Colombia, Chile, and Argentina. This, without even considering the issue of drug trafficking.

[Uses]

Although the origin of these labels is commercial, their application has transcended into the political sphere, where «Generation Z» has become a floating signifier, used to frame protest movements around the world, often called «color revolutions.» This phenomenon deserves rigorous investigation, as it reveals how a marketing construct can be co-opted for purposes of social and political engineering.

In the Western world, «Generation Z» is portrayed as digital native. Eurostat data for 2019 show that 94% of young Europeans used the internet daily, compared to 77% of the general population, with a 30% gap in the use of social media in favor of young people. In Argentina, 98% of teenagers have social media profiles, and 40% spend 24 hours connected. This hyper-connectivity makes them the ideal user of the digital world, mastering the devices that determine culture.

This digital dominance has become the main vehicle for political mobilization. Through platforms like TikTok, X, or Instagram, protests are convened and coordinated, which hegemonic media quickly frame as «the fury of Generation Z». Recent examples illustrate this pattern:

– Kenya (2024): The massive protests against tax increases, known as «Occupy Parliament,» were largely organized through TikTok and Instagram. The BBC highlighted how this «well-educated and tech-savvy Generation Z» surprised traditional political elites with its mobilization capacity, forcing President William Ruto to withdraw the finance bill.

– Nepal (2025): The demonstrations in Kathmandu, where young people waved a flag with manga characters, were covered by CNN and France 24 under the headline of the «youth uprising» of Generation Z. The use of global pop culture symbols was emphasized as a form of political expression for a generation that «demands change».

– Philippines (2025): In what France 24 called an «Asian spring», «youthful fury against corruption» manifested in massive protests. The media narrative, as pointed out by the Universidad de La Salle portal, focused on the «radiograph of a youth challenging power in Asia,» attributing to Generation Z a leading role in denouncing systemic corruption.

– Peru (2025): The marches against the government and congress were widely covered by media like Infobae and RPP, which highlighted the participation of «Generation Z» alongside traditional guilds like transport workers. The media framing centered on the «outraged» youth demanding political change, using social media as their main mobilization tool.

In all these cases, a common pattern is observed: genuine social discontent is channeled through youth mobilizations that are immediately labeled and framed by international media under the «Generation Z» construct. This framing is not innocent in the slightest. It serves a dual function: on one hand, it homogenizes movements with very different local contexts, presenting them as part of a global and uniform phenomenon; on the other, it depoliticizes the root causes (economic crisis, corruption, inequality) by centering the narrative on a supposed generational conflict, which will be exploited in the medium and long term.

The paradox is that this supposed «offended generation», which presents itself as anti-system, often ends up being functional to elites and globalist agendas. Its rebellion, channeled through woke culture and identity politics, becomes a myopic force that attacks symbols instead of structures and exhausts itself in the narcissistic self-affirmation promoted by the very digital platforms that mobilize it. This dynamic perfectly serves the interests of those who seek to destabilize governments or promote regime change, using a well-intentioned but largely manipulated youth as their «digital infantry» in these designed «color revolutions.»

[A Trajectory of Decomposition]

The persistence of generational classifications is not an indicator of their validity, but a testimony to the power of marketing and mass communication to impose frameworks for interpreting reality. We are living through a process of mass deinstitutionalization and depersonalization, where the person, as a rational and autonomous subject operating through institutions, is replaced by the «tyrant individual,» a detached, emotional, and narcissistic being, easy prey for consumption and manipulation.

«Generation Z», in this context, is merely the latest label of a system that fosters the adolescentization of society, a state of perpetual immaturity where identity becomes fluid, meaning dissolves, and rebellion becomes just another consumer product.

Ultimately, the duty of critical thought is to deconstruct these labels and insist on more nuanced and contextual analyses. True understanding does not reside in knowing which «generation» we belong to, but in analyzing the economic, political, and cultural forces that truly shape our lives and impel us to act.

Moving from being mere pawns on the chessboard of «color revolutions» to becoming true agents of change… is easier said than done…, and yet, it is possible, relatively soon. A matter of informing oneself and thinking.