Ecos, por medio: Digresiones a propósito de la distancia entre perspectivas de la actualidad
Por Juan Pablo Torres Muñiz
Me preguntó Ana a qué me refería con eso de que, por ahora, no puedo servirme de la ficción sola, al margen de la articulación de ideas al modo ensayístico y la disposición de información y datos certeros de actualidad; en suma, por qué mi necesidad presente de exponer a ratos respuestas, lo contrario a la ficción artística, que afirma su visión, pero sólo para cuestionar.
Su caso es distinto. Su pintura interpela directamente a quien se la enfrenta respecto de la forma en que asume su rol institucional, lo que común y confusamente —cortesía de la vaguedad y ambigüedad maniquea del luteranismo— se conoce como condición humana, y también a propósito de qué ofrece de sí ante el cambio de polaridad geopolítica, la guerra y el aniego del absolutismo democrático.
A su modo, la poesía —en tanto género literario, y no fenómeno posible y deseable en todas las artes, por sobre la simple estética de la percepción— puede conseguir lo mismo. Dado que convierte cada sintagma en símbolo engañoso, medio o eje de interpretación contra lo que habitualmente asumimos que refiere, constituye un género de potencia extraordinaria. No así, la narrativa.
Además, dadas mis limitaciones expresivas, pero en atención, también, del insoslayable enfoque afirmativo cuestionador que, mal que bien, me posee —por apasionamiento, en la línea de Spinoza—, combino, que no mezclo, modos, registros, tonos y, finalmente, bloques de ideas en contrapunto. Expongo información y luego planteo cuestiones al respecto.
Ocurre que, pese a mi habitual rechazo a la idea de inscripción en la temporalidad más pasajera, la de un periódico, por ejemplo, debo referirme a hechos puntuales del presente, noticias intencionalmente omitidas en nuestro medio, cuando no manipuladas con la mayor sinvergüenzura al servicio de quienes pagan sus cuentas a costa de sangre y miseria. Me preocupa por J.I. y V., por los míos. Es penoso tener que explicar una y otra vez las tantas formas en que los recientes acontecimientos —de obvio alcance global— nos afectan, no sólo indirecta, sino muy directamente. Pero hay que hacerlo. Cuanto se pueda.
Quien no participa del desengaño, lo hace del idealismo criminal.
Pero esto que escribo ahora mismo acaso sea también, en considerable medida, una catarsis…
En la escuela, procuro mantener básicamente al tanto a mis estudiantes, especialmente a los de grados superiores. Compongo buena parte de su material de lectura en atención a la realidad circundante, al mundo para el que, se supone, se los prepara a integrarse…, mientras veo cómo, paralelamente, en la misma normativa del Ministerio de Educación respecto de mi curso y, peor los demás de Humanidades, se machaca con un buenismo dizque bienintencionado, destinado sin equívoco a la frustración de los jóvenes. Y es que se los anima a sentirse capaces de todo sin trabajo previo alguno, merecedores, porque sí, de un supuesto mundo pacífico, fruto mágico de la relativización crónica de las ciencias, de todo enfoque científico y de la condena de la institucionalidad material más básica, de disfuerzos sociales, sentimentalismo barato y la celebración de una falsa diversidad (más bien un espectro de banalidades en el que millones de chiquillos son aborregados).
Hay más gente preocupada, desde luego, y seguramente más competente que yo. Pero es poca, poquísima. Resulta imposible no preguntarse, cada tanto, tras un par de buenas bregas con quienes exigen que se explique por qué simplemente no dejamos que todo siga su rumbo, derechito a la mierda, por qué diablos la propia insistencia.
Aparte en los rubros de planificación estratégica, gestión de recursos humanos, además de labores editoriales, he tenido la fortuna de trabajar también en aulas con grandes profesionales, maestros de veras, algunos de los cuales incluso tuvieron paciencia conmigo y me enseñaron gran parte de lo que sé. Ahora mismo, tengo el gusto de seguir aprendiendo de algunos de ellos.
Pero también me ha tocado compartir labores, además de con colegas a los que les es imposible enviar un solo mensaje de correo electrónico claro, sin espantosos errores, orgullosos de su desagrado por la lectura, cuyas clases chorrean seudociencia, floro idealista y bravuconería para quien ose simplemente trabajar correctamente a su lado, poniendo en evidencia su portentosa mediocridad, con otros tantos que, además, son capaces de dar de patadas a un perro a ojos vista de todo mundo por el resultado de un partido de fútbol entre clubes de otro continente, admiradores de figuras de cómics a los que tienen por verdaderos modelos de proceder en sociedad, que peroran más en serio que en broma sobre la necesidad de quemar homosexuales y/o ateos, titulados de Salud nada sanos ellos mismos —kilos de evidencia—, cuyas recetas claman la más orgullosa ignorancia, psicólogos con problemas de susceptibilidad e ira, incapaces de decir ninguna verdad cara a cara a nadie, ni de enfrentar, incluso en soledad, problemas obvios para todo mundo a su alrededor, y algún que otro bárbaro más, dispuestísimos todos a hacer la vida del resto cuadritos, nada más para que los dejen seguir ensimismados a sus anchas, ociosos, quejicas, hipócritas, chismosos y prestos al boicot contra quien sea se encuentre a la cabeza de la organización.
—Cine de superhéroes…
—La anglosfera y sus mil burbujas.
—¿También, más allá del mainstream?
—Sus artistas realistas merecen atención.
—Son pocos.
—Siempre lo fueron. Luego de Chaucer, apenas alcanzan el par.
—¿Y la época victoriana?
—Generó un conjunto de símbolos para expresar lo que no se podía directamente con la pacatería imperante. Hipocresía sofisticada. Henry James, llegado de la otra orilla, identificó el fenómeno claramente y lo expuso con brillo: el mal, la moral pervertida, pero también, la parte de la realidad material que insta a la prudencia, a saberse hacer compatible con ella, y no adaptarse, simplemente.
—Luego, en Estados Unidos, fue el turno de la migración judía, crítica como pocas.
—Y, poco después, el de los realistas desveladores: Gaddis, Pynchon y DeLillo, principalmente, que penetraron en el aparataje de comunicaciones.
—¿Y David Foster Wallace?
—La Broma Infinita es quizá la novela que mejor evadió los sistemas de detección de lo políticamente incorrecto. Hurga en el sistema de influencia mediática, especialmente de entretenimiento, en el del tráfico de drogas y el intervencionismo político internacional de Estados Unidos, para empezar; sin embargo, se la lee como moda de acreditación de cierta inteligencia cool, e incluso así, hoy cada vez menos.
—El otro día te vi con una novela de Aciman…
—Por encargo. Supuse que podía llegar a ser lo que Llámame por tu nombre, notable en ciertos aspectos, pero ni esto ni mucho menos… Argumento trilladísimo y un abordaje de lo más obvio y complaciente: la aventura juvenil de un extraviado inmigrante judío y su par árabe en Harvard; adolescentismo, decenas de lugares comunes en torno al rollo de la identidad y el romanticismo más pueril, salpimentado de supuestas agudezas, en realidad, pobrísimas observaciones al estilo de McEwan, imitador remoto de James, y exotismo étnico-cultural de café. Como tantos otros textos súper publicitados: simple revuelo en torno a la falsa sensibilidad de quien carece de medios para enfrentar la realidad material y penetrar en ella con el arte… Y que los comentaristas, puestos a la fórmula de decir que el libro les recuerda al de otro autor, uno de verdadero peso, aquí acaba en escándalo. Porque de Proust, nada; no había ni remotamente por qué mentar al francés en este bodrio… ¡Como si cualquier evocación fuera por fuerza proustiana! ¡Como si cualquiera pudiera escribir como él!
—Mencionaste a McEwan…
—Sí… Supuestamente, Expiación es su mejor trabajo. Ahora entiendo por qué Philip Roth lo hizo papilla. ¡Renuncia tan pronto a discutir nada…!
—Banalización…
—Felizmente, no al extremo vergonzante de Modiano…
—¿Y los demás ingleses?
—¿Es casual que los mejores autores con dicha nacionalidad tengan apellidos como Conrad o Naipaul, salvo que sean mujeres y, por tanto, quienes por fuerza debieron atender “mejor, de más cerca” el mal que decía el ya mencionado Henry James?
Clayton Morris, periodista estadounidense, advierte de la lucha entre la OTAN y los países de BRICS, tras la reciente cumbre. Se refiere a la lucha por un mundo sin el dominio de dólar y tras el colapso del sistema de Bretton Woods, de modo que lo que ahora cuenta de veras son los recursos naturales reales. El control de los precios del cobre, el litio, entre otros metales y elementos vitales es clave en la nueva guerra mundial llamada híbrida, que ya estalló.
Ser peruano, por ejemplo, y que no te importe este dato… En fin. Pero hablar de estos asuntos en la sobremesa del comedor de los trabajadores sería poco menos que desastroso. Lo que normalmente se comenta es, aparte cuán grave es la delincuencia citadina, los resultados del campeonato local de fútbol y, en casos especiales, de hondura memorable, qué concepto tiene cada quien de los celos, no cómo los experimentan, o quizá, no importa, mientras, eso sí, surjan una tras otra anécdotas escabrosas de ex parejas en tiempo de excesos alcohólicos, o algo igualmente «sabroso».
Salvo ese par extraño de allá, que habla, al parecer, de libros. Bah…
Pero no, no es posible. Porque incluso en la pedantería de personajes de tal tipo, luce un interés por completo fuera de lugar aquí, donde, al margen de la ligereza saludable de las charlas entre pares, hay mayores de treinta y cinco años que se aplican la llamada “Ley del hielo” y evitan cruzarse con otros para “hacerles sentir el peso de su indiferencia”, mientras se concentran en reels de Instagram y en cuán ajustado o flojo le queda en las caderas el pantalón a aquella chica, la nueva, que parece creída… Adolescentes tardíos que dicen odiar la guerra y los conflictos y la violencia, pero no saben a qué se refieren ni quieren saberlo, nunca, tal vez, quizá, puede ser, jamás…
Catarsis.
Ana, tan lejos. — Pinta de algo diferente. Su abordaje es muy distinto. Pero quema aquí como en cualquier lugar en que se lo evoque, luz y sombras — áspera consonante de un beso de arena y pigmento de flores muertas — contra la piel — hecha lienzo, tabla de barro, pergamino, — caricia basalto — y los huesos, signos en clave de una oración perdida entre el compás de las horas, del tiempo que se va — la tierra que muerdes, — porque del polvo viniste y…