La creciente popularidad del trabajo de James Jean no extraña, pero su explicación trasciende el impacto inicial de su estilo. Requiere un abordaje que contemple al autor como persona, con un origen específico, el marco institucional de la época, un público receptor, algo extraviado, además de la obra misma. Felizmente, las claves lucen nítidamente en todos y cada una de las imágenes.
La línea sinuosa y la forma ondulante se hacen campo, lo envuelven todo y, finalmente, copan, también de color, el espacio en pleno. Se trata, no de una negación del sentido, en general, mas sí, de su rigidez, o de su idea.
Se cuestiona así, en principio, el reciente imperio de la fuerza disfrazada de rectitud, o la rectitud pretendida, supuestamente fuerte. Se objeta la eficacia a priori de esa forma de recorrido de un punto a otro, la misma que, en tanto refiere a una atribución relativa, equivale a la subjetiva atribución de cualidades superiores: poder.
La aparente suavidad de las formas contrasta con la fuerza de los gestos de los personajes, no en vano, niños: inocentes y crueles, criaturas enormemente estilizadas al estilo oriental, mas con algo de caricaturas esquivas al anime, entre elementos deformados de la naturaleza y figuras viscerales. Aparente serenidad o agresividad desatada, canden con un aire alucinado.
Apresuradamente, cabría decir Oriente Vs. Occidente. En efecto, nos vemos ante el reflejo del reciente proceso de transformación de ejes en geopolítica, pero, sobre todo, aunque en dicho contexto, la fuerza seductora de la sofisticación plástica, ante el olvido de la muy distinta complejidad del Barroco. Pero como si no fuera ésta, acaso, una solvente solución.
En una época de hiper-subjetivización, entre la ignorancia supina y la vil complacencia, la condena de la razón, arma flexible y grácil, lleva fácilmente de la sorpresa a la más boba rendición. Entonces, la cronificación — garantía mercantil…
Para empezar…
(Todas las imágenes, obtenidas de la página oficial del artista: James Jean)