De entregas y sacrificios: Aproximación a la obra de Miles Johnston
Por Juan Pablo Torres Muñiz
Es común reducir variedad de obras que combinan elementos normalmente disociados a surrealismo, como si formaran parte de un movimiento caracterizado por la mera concatenación de imágenes oníricas y absurdas, un escape de la realidad hacia lo fantástico, cuyo propósito se limitase a provocar o desconcertar. Esta visión, ciertamente trivializada de la famosa corriente, ignora las, no menos idealistas e incluso delirantes pretensiones del surrealismo histórico —en su raíz bretoniana—: dizque liberar la ficción denominada inconsciente como vía de acceso a una «realidad superior», una suerte de superrealidad donde razón y supuesta sinrazón dialogaran. Como fuere, que la obra de un artista como Miles Johnston sea encasillada así, de surrealista, cuando en realidad es de una naturaleza radicalmente distinta, pues plantea confrontar la realidad mediante una figuración humana distorsionada que opera como un espejo crítico de nuestras instituciones más íntimas, es cuanto menos lamentable.
El simbolismode Johnston, anclado en una figuración humana meticulosa, evoluciona hacia una exploración sistemática de la condición del hombre en la era de la hiper-subjetividad. Sus figuras, a menudo duplicadas, fundidas o desdobladas, representan, más que estados oníricos, las tensiones dialécticas a las que se ve sometida la persona como construcción racional. Lejos del escapismo, sus obras tematizan la institución misma de la persona, cuestionando sus límites, su integridad y su autonomía, ante el más cruel desengaño y la pérdida de la esperanza. La piel que se desprende, los rostros que se superponen o los cuerpos que se pliegan sobre sí mismos son representaciones elocuentes de la fragilidad de la identidad personal frente a las fuerzas normativas y disolventes de la plétora adolescente en que tanto se desea creer.
Johnston pone en cuestión la noción de un yo unitario y estable, nos muestra la figura humana escindida, cómo la personalidad no es una esencia, sino un equilibrio precario entre fuerzas contradictorias. Asimismo, cuestiona la institución del cuerpo como límite corpóreo de la persona: los cuerpos se permeabilizan, se fusionan con el entorno o con otros cuerpos, ilustrando la dialéctica entre la autonomía individual y la dependencia orgánica. Pero es en su tratamiento de las relaciones interpersonales donde Johnston alcanza una muy particular agudeza. Aborda la institución del amor, no como algo sublime, sino como una entrega a la vulnerabilidad que, con frecuencia, traicionada la razón, conduce al sujeto a un sacrificio estéril.
He aquí, la patología de la entrega amorosa. Johnston representa con crudeza ese mecanismo por el cual un sujeto, lejos de marginar la razón, la pone íntegramente al servicio de un acto de fe en el otro…, para finalmente sí, perderla del todo. Se trata de una operación que parte de una razón primera aparentemente sólida —la de ofrecer a la persona amada las oportunidades que uno desearía para sí, con el fin de demostrar y desarrollar su «mejor versión»—, por la que el sujeto se somete a una progresiva vulnerabilización. En esta dinámica, vemos figuras que cargan con el peso de otras, que se deforman o se fracturan bajo la carga de una responsabilidad asumida racionalmente, pero que deviene en un fracaso corpóreo y psicológico. Pero el artista no juzga moralmente esta entrega; más bien, la expone como un resultado lógico —y trágico— de una racionalidad mal aplicada, de una ética de la abnegación que choca contra la materialidad de los límites humanos, que nos hace cómplices del mal que brota así de la persona amada, como victimaria. Es la personificación de una dialéctica fallida entre la ética del individuo y la moral de la relación, donde la fuerza de la entrega se vuelve contra el sujeto, conduciéndolo al maltrato, la despersonalización y un sacrificio que, lejos de ser fructífero, disuelve la integridad de la persona.
Este cuestionamiento se extiende a otras instituciones. La comunicación, por ejemplo, la memoria y el tiempo personal; además de, implícitamente, la institución del arte contemporáneo mismo, pues su figuración elocuente y técnica depurada se oponen radicalmente a la tendencia predominante hacia la abstracción vacua, la expresión irracional y la provocación gratuita que caracterizan al mercado en boga.
La potencia de este abordaje temático no sería posible sin un claro dominio de la composición y la técnica. Johnston emplea una técnica de dibujo y pintura de un realismo meticuloso, lo que confiere a sus escenas distorsionadas una verosimilitud inquietante, incluso en los límites del desbarro en patetismo. Su propósito es claro: anclar lo fantástico en una representación hiperrealista, fuerza al espectador a aceptar la materialidad de lo representado. No son alucinaciones, sino realidades corpóreas distorsionadas. Su uso de la luz es particularmente efectivo: Johnston usa una luz clara y directa, a menudo lateral, que acentúa las texturas de los cuerpos: piel y volúmenes en cada forma, en pro de un efecto escultórico, de confirmar que lo que vemos no es un sueño, sino una refracción crítica de nuestra propia realidad.
Composicionalmente, sus obras suelen estar estructuradas con base en simetrías perturbadas o equilibrios inestables. Frecuentemente utiliza un eje central alrededor del cual se organizan las figuras, pero este eje es dinamitado por las distorsiones corporales, simbolizando la ruptura del orden racional interno. El espacio, a menudo ambiguo y desprovisto de referencias contextuales claras, sitúa al sujeto en un ámbito puramente conceptual donde se desarrolla el drama de la personalidad. Esta descontextualización constituye una operación de aislamiento que permite observar el fenómeno en su estado más puro, liberado de las circunstancias accidentales.
La paleta de Johnston, predominantemente terrosa y con acentos fríos, contribuye a una atmósfera de serena introspección, a veces teñida de melancolía. No hay estridencias cromáticas, porque el conflicto no es sino interno. La textura de la pintura, lisa y precisa, evita cualquier gestualidad expresionista que pudiera interpretarse como un mero desahogo emocional.
Así, mediante una técnica impecable y una composición rigurosa, el artista tematiza con profundidad inusual la persona, el amor, la identidad y la comunicación, exponiendo las contradicciones y vulnerabilidades del hombre contemporáneo en un mundo que fomenta simultáneamente la hiper-subjetividad y la despersonalización, mientras, por lo bajo, entre susurros, los enamorados creen poder dar de sí siempre más y más…, lo que a veces consiguen, sí, mediante el compromiso más terreno.
[Todas las imágenes, del sitio web del artista: Miles Johnston]
ENGLISH VERSION
Of Devotion and Sacrifice: An Approach to the Work of Miles Johnston
Translation by Rebeca Sanz
It is common to reduce a variety of works that combine normally dissociated elements to surrealism, as if they were part of a movement characterized merely by the concatenation of dreamlike and absurd images, an escape from reality into the fantastic, whose purpose was limited to provoking or disconcerting. This certainly trivialized view of the famous movement ignores the no less idealistic and even delirious aspirations of historical surrealism—in its Bretonian roots—which claimed to liberate the so-called unconscious fiction as a path to accessing a «superior reality,» a kind of super-reality where reason and supposed unreason would dialogue. Be that as it may, the fact that the work of an artist like Miles Johnston is pigeonholed as surrealist, when in reality it is of a radically different nature, as it proposes to confront reality through a distorted human figuration that operates as a critical mirror of our most intimate institutions, is, to say the least, regrettable.
Johnston’s symbolism, anchored in meticulous human figuration, evolves into a systematic exploration of the human condition in the age of hyper-subjectivity. His figures, often duplicated, merged, or split, represent, more than dream states, the dialectical tensions to which the person as a rational construct is subjected. Far from escapism, his works thematize the very institution of the person, questioning its limits, its integrity, and its autonomy, in the face of the cruelest disillusionment and the loss of hope. The skin that peels away, the faces that overlap, or the bodies that fold in on themselves are eloquent representations of the fragility of personal identity in the face of the normative and dissolvent forces of the adolescent plethora in which we so desire to believe.
Johnston questions the notion of a unitary and stable self; he shows us the split human figure, how personality is not an essence, but a precarious balance between contradictory forces. Likewise, he questions the institution of the body as the corporeal limit of the person: bodies become permeable, merge with the environment or with other bodies, illustrating the dialectic between individual autonomy and organic dependence. But it is in his treatment of interpersonal relationships that Johnston achieves a particularly sharp insight. He addresses the institution of love, not as something sublime, but as a surrender to vulnerability that, often betraying reason, leads the subject to a sterile sacrifice.
Herein lies the pathology of loving devotion. Johnston starkly represents that mechanism by which a subject, far from marginalizing reason, places it entirely at the service of an act of faith in the other…, only to ultimately lose it completely. It is an operation that starts from an apparently solid initial reason—that of offering the beloved person the opportunities one would wish for oneself, in order to demonstrate and develop their «best version»—through which the subject submits to a progressive process of becoming vulnerable. In this dynamic, we see figures bearing the weight of others, deforming or fracturing under the burden of a responsibility rationally assumed, but which turns into a corporeal and psychological failure. But the artist does not morally judge this devotion; rather, he exposes it as a logical—and tragic—result of a misapplied rationality, of an ethic of self-denial that clashes against the materiality of human limits, which makes us complicit in the evil that thus springs from the beloved person, as victimizer. It is the personification of a failed dialectic between the ethics of the individual and the morality of the relationship, where the strength of devotion turns against the subject, leading them to mistreatment, depersonalization, and a sacrifice that, far from being fruitful, dissolves the integrity of the person.
This questioning extends to other institutions. Communication, for example, memory and personal time; besides, implicitly, the institution of contemporary art itself, as his eloquent figuration and refined technique radically oppose the predominant tendency towards vacuous abstraction, irrational expression, and gratuitous provocation that characterize the current market.
The power of this thematic approach would not be possible without a clear mastery of composition and technique. Johnston employs a drawing and painting technique of meticulous realism, which gives his distorted scenes a disquieting verisimilitude, even at the limits of absurdity and pathos. His purpose is clear: to anchor the fantastic in a hyperrealistic representation forces the viewer to accept the materiality of what is depicted. They are not hallucinations, but distorted corporeal realities. His use of light is particularly effective: Johnston uses a clear and direct light, often lateral, which accentuates the textures of the bodies: skin and volumes in every form, aiming for a sculptural effect, to confirm that what we see is not a dream, but a critical refraction of our own reality.
Compositionally, his works are often structured around disturbed symmetries or unstable balances. He frequently uses a central axis around which the figures are organized, but this axis is dynamited by bodily distortions, symbolizing the rupture of the internal rational order. The space, often ambiguous and devoid of clear contextual references, places the subject in a purely conceptual realm where the drama of personality unfolds. This decontextualization constitutes an operation of isolation that allows the phenomenon to be observed in its purest state, freed from accidental circumstances.
Johnston’s palette, predominantly earthy with cold accents, contributes to an atmosphere of serene introspection, sometimes tinged with melancholy. There are no chromatic stridencies, because the conflict is purely internal. The texture of the painting, smooth and precise, avoids any expressionist gesturality that could be interpreted as mere emotional release.
Thus, through impeccable technique and rigorous composition, the artist thematizes with unusual depth the person, love, identity, and communication, exposing the contradictions and vulnerabilities of contemporary man in a world that simultaneously fosters hyper-subjectivity and depersonalization, while, quietly, in whispers, lovers believe they can give more and more of themselves…, which they sometimes achieve, yes, through the most earthly commitment.
