Ay, silencio: Digresiones y notas a propósito de ciertos eventos
Por Juan Pablo Torres Muñiz
¿Provocar?
Detengámonos un momento en la figura del bufón real, de Shakespeare al presente, cuando menos…
Helo aquí ante nosotros. Sonríe. Es, acaso, su privilegiada posición la que inflama sus ganas de hacerlo, aún antes de la carcajada, garantizada su seguridad ante cualquier reacción violenta de nuestra parte. Y es que puede emplear a quien sea, con tal de hacer reír al monarca; podría tocarnos.
Hay más, y todos los sabemos: Le informa al monarca de lo que los demás se cuidan de decirle so pena de acabar como objetos de su furia o, simplemente, de quedar mal ante él, cuando lo que más persiguen es agradarle, complacerle. ¿Tiene el bufón un objetivo distinto? No, pero aprovecha el amplio margen que los demás le dejan, la libertad que se le ofrece de actuar precisamente contra ellos y en beneficio propio… con «simples bromas». Quien dice que el bufón es más bien un prisionero, revela su confusion, no sabe de qué habla cuando habla de libertad.
Al margen de los regímenes autoritarios vigentes dentro del llamado mundo occidental, alguien más ejerce poderes reales aquí y allá, y en un doble sentido; se trata de una persona diferente, más bien, una institución personal difusa, pero tan fiel al consejo del asesor, del médico de cabecera, el ministro de guerra y, ya puestos, el Rasputín de turno, como el más típico entronado: el llamado Pueblo…
En efecto, el absolutismo lo ejerce la masa aborregada. Entonces, ¿qué hay de los bufones?
Quien quiera informar a la mole al mando —coronada de antenas wifi—, de lo que de veras ocurre, de cuanto le ocultan los siervos que se aprovechan de su poder, esa mala ralea, deberá disponerse a hacer mucho más que malabares, a dar auténticos saltos mortales. Le rodean impostores, su repertorio, todo tortazos, risas grabadas y, por supuesto, linchamientos masivos. Y esto, aparte los asesores financieros, médicos y demás auspiciadores interesados del reino que, para colmo, también se la juegan a contar chistes y contratar comparsas enteras de oenegés para alegrar al vulgo, disfrazadas de terciopelo culturoso…
Sí, la situación del bufón es crítica. Resiente, como los miembros de otros tantos gremios, atroces índices de desempleo y se ve forzado, a menudo, a variantes más o menos disimuladas de prostitución. Es que el humor apela siempre a la inteligencia, menudo problema. Donde antes era más o menos sencillo despertar sendas chispas en los ojos del soberano, hoy, quien domina el lenguaje, se las ve enfangadas ante un público cuyo léxico apenas y supera con suerte las cien palabras y difícilmente es capaz de reconocer la menor agudeza, pues se niega a priori a entender nada que no lo alabe en su más hondo conformismo.
Y, sin embargo, el oficio sobrevive… Los reparos a que se lo llame por su nombre tiene, también, clara explicación; a fin de cuentas, la socarronería ha sido, es y seguirá siendo una suerte de velo para poder colar la bomba por debajo de la mesa del banquete, insertar la crítica en la torva marea de uniforme idiotez… para que quien tenga ojos, vea.
¿Podría sorprendernos que algunas de las observaciones de actualidad más interesantes sean vertidas por comediantes en sus propios canales, que buena parte de los comentarios hechos por analistas serios no sean escuchadas ni mucho menos atendidos, sino hasta que quien hace eco uno de ellos sea, una vez más, un comediante? ¿Nos sorprende que algunos de los informativos más fiables, con información debidamente contrastada, sean diarios o tandas humorísticas de carácter irónico? Y, dados al asunto de la independencia y la autonomía, ¿podríamos pasar por alto que la mayoría de programas de reportajes en medios publican denuncias que, más allá de revelar hechos de interés general, producto del afán investigativo del equipo a cargo, obedecen más bien a fuerzas interesadas en cambios en el equilibrio de influencias, es decir, que operan en favor de quienes, nunca gratis, les proveen datos y protección?
Rato antes, hicimos alusión a la libertad, al ejercicio que de ella hace el bufón. Pero advertimos, también, que hoy, quien se atreve a ejercer su oficio, debe estar dispuesto a dar auténticos saltos mortales. Sin red de protección, con un fondo de susceptibilidad extrema, del que se yerguen en ángulos caprichosos, a cuál, más amenazante, las afiladísimas dagas de la envidia, la hipocresía y, en general, el miedo embrutecedor. El aliciente de que el humor permite colar de algún modo, rozando el límite de lo políticamente correcto, cuestiones delicadas, aplica siempre que no nos referimos a sus formas más burdas, o sea a las que ahora escasean y que requieren tanto de emisores como de receptores con un grado de formación e inteligencia en extinción.
El humor es cosa seria… Quienes detectan su potencia crítica, siempre que pueden, prefieren lucir tolerantes, auspiciándolo incluso con sus risas, para, después, apropiarse por completo de su ejercicio y rebajarlo gradual, pero prontamente al absurdo, a cacareo habitual de fondo inverosímil. A guiño de sabidillos del sentimiento.
Y así, ¿insistimos en hablar seriamente? Depende de con quién.
—Decías que Hopper les es terriblemente incómodo.
—Desde luego. Expone a sus hombres y mujeres, se supone, hechos y derechos, extraviados, sin la menor certeza de si cuanto hacen los convierte de veras en algo, de si, a lo mejor y hasta se encuentran a la vuelta del Destino Manifiesto. Gente sin pasado, concentrados en el trabajo y en la pose, todo hacer, hacer y hacer, pero carentes en extremo de cualquier ser, de la plenitud sencilla de un hogar; por lo tanto, tipos obsesionados con la identidad, con una forja ideal, mas sin ningún auténtico modelo. Y a ese deambular triste lo llaman libertad…
» Inglaterra, con su astucia, tesón y juegos de traiciones, su dignificación del mal, cortesía del luteranismo, el supuesto caché de su flema, queda tan lejos…, mientras aquí, tan dolorsamente cerca… todo brilla entre escaparates…
—Sí, lo tienen difícil…
—Y Hopper los desnuda con sus prendas, que denotan tan de buenas a primeras que no hay pellejo que les sirva vivo más que una noche solamente, en el consuelo de la ebriedad a la luz de la luna, pura abstracción y olvido, mientras de fondo vibran las rieles y suenan los cláxones, entre el humo del cigarrillo, aquí, y las fábricas, más allá… Algo así…
—Algo así…
—En todo caso, era un tipo peligroso.
—No te quepa duda.
La calle que asciende de la plaza. El ruido allí, especialmente fuerte, un rumor de pasos y las voces que luchan por imponerse a la música que invade la vía desde los negocios, a los pregones grabados, de moda. El tránsito es exclusivamente de peatones, suben y bajan, ora de uno, ora de otro perfil al sol, que a esta hora pega recio; sin embargo, corre la brisa y hace lo suyo, mucho mejor a la sombra que pocos pueden aprovechar, de lo estrecha que se marca y anuncia la hora.
Un festival cultural. En teoría, la ciudad se viste de gala. En la práctica, se ven más turistas y es claro que parte de ellos acude al evento; la gente de por aquí, en su amplia mayoría, no tiene ni idea de qué ocurre, y quienes sí que lo saben lucen aires de interés acorde a su atuendo pretendidamente despreocupado. Por supuesto, es imposible reconocer a todos quienes, sencillamente, acuden a una u otra conferencia, conversatorio o exposición sin mayor preocupación que llegar a tiempo y disfrutarlas. A fin de cuentas, se presentan reconocidas figuras internacionales, entre ellas, nada menos que un Premio Nobel de Literatura, acaso el último de los premiados cuya obra vale de veras la pena, por lo cuestionadora que es, incluso a la más ligera lectura.
Por la tarde, en el mayor de los escenarios dispuestos para el publicitado encuentro internacional, toca el turno de dicho escritor, por cierto, africano, entrevistado por un reconocido abogado y profesor de derecho británico…
Notas del evento:
«Un tipo inteligente, obligado a la condescendencia ante la palanca tan políticamente correcta, cursi del entrevistador. Lo más hondo que ha dicho es que la colonización dio a luz como tales, recién, a estados en su continente, a un altísimo costo. Algo así; en realidad, más livianamente aún.»
«Anécdotas sobre el racismo en Inglaterra. ¿De veras esperan que alguien se sorprenda? Los muy adelantados británicos tenían por delito la homosexualidad nada menos que hasta 1968? Y ¿de veras creen que la situación de la conquista de América por parte de los españoles, con sus aciertos y graves desatinos, puede compararse de veras con la colonización inglesa, todo explotación, en principio?»
«El entrevistador habla de optimismo, de la necesidad de leer literatura, del arte. Parece vivir en una canción de John Lennon… Entretanto, el escritor se ve forzado a asentir en un discurso del nivel más bajo, dada la condescendencia que materializa en sí el acto: un show dedicado no a la inteligencia, ni mucho menos a la discusión de nada, sino al entusiasmo adolescente por la supuesta “cultura”… de la felicidad y la decepción de los sueños más adolescentes de lo más aborregados adultos… Ay, Imagine…»
Al día siguiente, el mismo escritor se reúne con otras importantes figuras de letras y un comentarista de relaciones internacionales conductor de un programa cuanto menos interesante, más allá del sesgo que lo ancla a la obsoleta diferenciación de izquierdas VS derechas.
Notas:
«El Nobel manifiesta su desconcierto ante lo que ocurre en el mundo.
» ¿Es una celebración de la ingenuidad?
» O lo son los participantes, al menos en parte —algo de por sí escandaloso—, o tienen a todo el auditorio por bobo, y prefieren mantenerlo así, para ya, pues, bueno, salir pronto del paso, y qué más da, aunque investidos del eco de los aplausos de turno.»
«Bien sabido es que resulta absurdo exigir a un artista plena coherencia fuera de su arte, o que sea, simplemente, un buen tipo. En su labor, eso sí, ha de cuestionar, plantear problemas. Si, además de ello, resulta lúcido en otros ámbitos, bienvenido, pero no, no cabe esperarlo como una condición de la atención que se le brinda. Asunto aparte es el de la responsabilidad de una voz pública, en tanto y cuanto se acepta participar en fueros ajenos.»
—¿Por qué no fuiste a otros eventos?
—No tuve tiempo.
—No seas bufón…
—En serio, no lo tuve. MiV. tuvo que darme una buena lección. Me enseña cuándo detenerme, a menudo.
—Ah, a ella sí le haces caso.
—Sí…
«… Poder hacer de esto de que disponemos los hombres, el lenguaje, una forma de trascender… Sólo es posible mediante una entrega total, y esta, con frecuencia, impone primero el silencio, mas no uno de vacío, sino colmado de luz, incluso, cegador, pero fértil de vida, en el que, entonces, los signos operan de veras como se debe: aportando forma, ayudando humildemente en la fragua de algo mucho más grande, hondo y agudo, a la vez que amplio y exuberante, fino y terso.
» Sin duda, el Nobel sabe de esto…»
Ana me envió imágenes de nuevos cuadros suyos, un pequeño conjunto con el que completa una serie precedente de cuerpos retorcidos sobre fondo verde.
Se supera a sí misma, una y otra vez… Siempre invita, en principio, a guardar silencio. Luego, cuanto digamos tendrá algo, quizá mucho, de ruido…
Perdón
Caldea el ánimo, el espeso púrpura, detrás del sol,
una maraña de verbos inconexos, todo intención —
Y me abraza el silencio del espejo en haces de yerros.
Siente el aura dorada que la llama, finalmente,
ha de tornarse en azul y, luego,
luego en recuerdo oscuro de la flama.
De nada sirve el ánimo a tientas de la emoción,
si los motivos no caben en las celdas,
si las causas no refieren a sus raíces hueras
(y de ellos, al eco de la verdad),
si, de ese todo,
no se hace piel-trazo — caricia, la razón.
«Amiga querida, lamento, de momento, no poder decirte más. Pero acaso sea mejor. Han sido días pesados. Interesantes, sí, pero pesados. Mucho ruido.
» Hubo un evento en la ciudad. En lo que vi de él, más ruido. Pero debo haberme perdido lo mejor. En todo caso, no desaproveché esos días; por el contrario, lo pasamos genial, MiV. y yo. Y pude detenerme ante tus cuadros un buen rato. Hasta que…, bien sabes lo que provocan. Y toca volver a este mundo, del que tu trabajo dice en realidad tanto, armado de nuevo, presto a hacerse compatible con la realidad, que no caben quejas — y los lamentos son otra cosa, especialmente si clama el cuerpo, si reta a la palabra, en fin, — tu pintura…
» Nos vemos pronto.»