A modo de presentación...
Por Juan Pablo Torres Muñiz
La idea del diario abierto surgió hace años, claro es, sin la menor pretensión de originalidad; por entonces, miles de usuarios llevaban blogs más o menos conocidos y, en ellos, daban cuenta de sus notas a propósito de un tema en específico, cuando no de su día a día, convirtiéndose a sí mismos en personajes; eran los primeros “influyentes”. La principal diferencia entre la mayoría de estas propuestas y la mía radica en que de ningún modo pensaba compartir ningún aspecto de mi vida privada. Fue así que trascribí parte de las notas de mis cuadernos —siempre, papel rayado— para que fueran publicadas como una suerte de crónica del aislamiento social. Otra parte, más adelante, durante un pasaje especialmente convulso de la vida política de Perú, del cual derivó un cambio en la presidencia del estado, vio la luz pública del mismo modo.
Luego, por un tiempo más bien prolongado (más de tres años), fue acumular notas y más notas a la sombra, cuadernos de tope a tope. En paralelo, cumplí mi contribución habitual a medios, pero nada más.
Ahora pienso, fundamentalmente, en mi hijo. Y, por él, en otros entre quienes hará su vida. A ellos se debe que continúe mi labor docente, que publique, aparte, cada tanto, textos de desengaño. Hice ficción desde mucho antes de ser padre, pero una vez nació mi hijo, procuré hacer de mi crítica más filuda y consistente por medio de ella; me fue mucho más fácil distinguir el asombro de la complacencia. Por lo tanto, desde entonces compartí menos material y me dediqué más a escribir a mano. Mis cuadernos suman un par de decenas, apilados en su rincón. Aprender más, antes de exponer groseramente mi ignorancia.
¿A qué va todo esto?
¿Es que dichas notas merecen de veras un rescate? Vaya pretensión… Pero no, no es el caso.
Lejos de atribuir algún valor especial a planteamientos que aquí pueda compartir, me permito señalar, simplemente, la probable utilidad de atender a una práctica de aprendizaje mediante la articulación de ideas que se despliega con esmero, sí, pero también sobre la marcha, prácticamente en vivo. El lector puede, si le place o considera conveniente, extraer apuntes para sí de todo esto, reconocerse en la razón ante y contra lo que yo diga, y/o mejor dispuesto de lo que creía a la compasión ante quien sabe menos que él. Depende del ejercicio dialéctico, es decir, del enfrentamiento de una idea contra otra, opuesta, a través de una tercera idea correlativa, acaso la de mayor interés a quien por aquí asome.
Leer. Textos extensos, para colmo. Menudo atrevimiento, advertirá quien, en el mejor de los casos, me tome por ingenuo. Lo cierto es que, si es posible todavía trabar discusión seria, al menos en parte, lo que implica tiempo y la exposición del propio predicamento en relación al objeto de discusión, ¡pues, venga! Entendámonos de una vez en este punto: Son invitados a responder lo que aquí se diga, si merece algo más que vuestro silencio. El debate es siempre espectáculo y tiende, como es lógico, al juego retórico, algo muy diferente al intercambio pausado de textos mínimamente editados, a la lectura cómoda de la exposición del parecer distinto, con la posibilidad de aprender y expresarse, de lado el afán de convencer, necesariamente, al otro.
¿Basta eso para lanzarse así con estas líneas, que es el espacio de uno y punto, que si alguien lo aprvecha, mejor? No. Téngase en cuenta que quien no participa nunca del desengaño, no invierte en ello tiempo, es que participa del idealismo, fomenta el camino al espejismo, por más que a ratos clame dizque honestamente, fugaz en su boba declaración de intenciones.
Y ¿respecto del nombre de la sección «Café diletante»?
El café es delicia, y símbolo, además, que conserva su aliento a fuer de incontestable materialidad. Inhibe la sensación de cansancio, acelera el pulso… Por si fuera poco, soy de los adictos que ni intentan dejar de serlo, pese a que pueda ocurrirme, feliz presa de su efecto, hablar de más.
Quede todo al servicio de quien lea. A su crítica.