Danza geométrica: Aproximación a la obra de Joseph Staples

Por Juan Pablo Torres Muñiz

El collage, desde sus orígenes en las vanguardias del siglo XX con figuras como Hannah Höch o John Heartfield, se ha prestado de lo mejor a la exploración de la naturaleza fragmentaria de la experiencia moderna. Al reciclar imágenes preexistentes, descontextualizarlas y recombinarlas, el collage permite plantear nuevas articulaciones de ideas, a menudo desafiantes de las convencionales. Cuando este procedimiento se aplica a la figura humana, el resultado es una curiosa metáfora de la identidad contemporánea: una construcción maleable, compuesta de piezas heterogéneas, gestos e incluso roles superpuestos.

Joseph Staples lleva el proceso un paso más allá, se aleja de la mera dislocación, a menudo calificada de surrealista, para adentrarse en un territorio donde la identidad se define por la energía cinética, el ritmo y, cabe decirlo así: la performance del ser en el mundo.

La temática central del trabajo de Staples es una profunda indagación sobre la plasticidad de la personalidad. Su serie más emblemática, que presenta figuras humanas compuestas por fragmentos de extremidades en movimiento, pone en entredicho conceptos arraigados como la identidad unitaria y fija. En su obra, el yo no es un núcleo sólido, sino un conjunto de actos, poses y movimientos ensamblados. La danza se erige como un leitmotiv fundamental, una metáfora de la participación de uno en la dinámica del universo, del tiempo en sí. Sus personajes están perpetuamente en un plié, en un jeté, capturados en el instante precario entre un paso y el siguiente, haciendo arcos con el cuerpo, jugando con el aparente vacío alrededor, componente mismo de cada escena. La sugerencia de la personalidad como una coreografía social, una sucesión de actos performativos que, al repetirse, crean la ilusión de un carácter coherente, se eleva así, potente. Al descomponer el cuerpo en sus líneas de fuerza y dirección, Staples nos muestra que somos, ante todo, el rastro de nuestros movimientos, la estela de nuestros gestos.

Pero esta fragmentación se rige, además, por una geometría subyacente que otorga un sentido de orden y estructura. Las líneas rectas, las cuadrículas sutiles y la disposición metódica de los recortes actúan como una contrapartida racional al flujo aparentemente desordenado de la identidad. La geometría en Staples representa el andamiaje mental con el que tratamos de comprender y dar sentido a nuestra propia realidad fluida y multifacética. Es el esfuerzo humano por imponer lógica a la experiencia caótica, por encontrar ángulos y vectores en la maraña de la subjetividad. Esta tensión entre el caos expresivo del movimiento y el orden racional de la composición es uno de los ejes dinamizadores de su obra.

El uso del color y la forma trasciende la búsqueda de una armonía puramente estética para convertirse en una propuesta conceptual con un fuerte arraigo racional. Staples emplea una paleta limitada, a menudo dominada por tonos neutros, sepia y negros, interrumpidos por explosiones controladas de color, así como algunos fondos intensos. Economía cromática que dirige la atención del espectador hacia la textura, la línea y, sobre todo, la narrativa del ensamblaje. Las formas se yuxtaponen para crear un nuevo código visual. Un brazo puede estar compuesto por tres fragmentos de diferente escala y tono, no para ser fiel a la anatomía, sino para representar las diferentes capas o momentos que constituyen un solo gesto. Es una simbolización que apela a una interpretación subjetiva, pero que se sustenta en una lógica interna rigurosa: la lógica de la memoria, la percepción y la construcción identitaria.

Técnicamente, Staples es un artesano meticuloso. Su proceso, visible en estudios de su trabajo, revela una enorme precisión en el recorte y una sensibilidad notabilísima para la composición. Cada fragmento es seleccionado por su cualidad táctil, su carga histórica (muchas imágenes provienen de archivos y manuales antiguos) y su potencial energético. La superposición de capas es fundamental; crea una profundidad física y temporal, sugiriendo que la personalidad es una acumulación en palimpsesto: efectivamente, experiencia. La textura del papel envejecido, las marcas de impresión y las costuras visibles entre los recortes casi se celebran como parte integral de la obra, huellas, más precisamente, cicatrices del proceso de construcción, los recordatorios de que la identidad se construye con material de desecho, con retazos de cultura y fragmentos de historia.

La visión de Staples es, en última instancia, una propuesta obviamente humanista en la era digital. Sus figuras, aunque despiezadas, están llenas de gracia, movimiento y una elegancia melancólica. No, criaturas rotas, sino seres recombinados, con una nueva y vibrante forma, en la intersección entre el orden geométrico y el caos de la vida. Para cuestionar…

[Todas las imágenes, del sitio web del artista: Joseph Staples]

 

ENGLISH VERSION

Geometric Dance: An Approach to the Work of Joseph Staples

Translation by Rebeca Sanz

Collage, since its origins in the 20th-century avant-garde with figures like Hannah Höch or John Heartfield, has been exceptionally well-suited to exploring the fragmentary nature of modern experience. By recycling pre-existing images, decontextualizing them, and recombining them, collage allows for new articulations of ideas, often challenging conventional ones. When this procedure is applied to the human figure, the result is a curious metaphor for contemporary identity: a malleable construction, composed of heterogeneous pieces, gestures, and even overlapping roles.

Joseph Staples takes the process a step further, moving away from mere dislocation, often labeled as surrealist, to venture into a territory where identity is defined by kinetic energy, rhythm, and, it must be said: the performance of being in the world.

The central theme of Staples’ work is a profound inquiry into the plasticity of personality. His most emblematic series, which presents human figures composed of fragments of limbs in motion, calls into question deeply rooted concepts like a unitary and fixed identity. In his work, the self is not a solid core, but a set of assembled acts, poses, and movements. Dance emerges as a fundamental leitmotif, a metaphor for one’s participation in the dynamics of the universe, of time itself. His characters are perpetually in a plié, in a jeté, captured in the precarious instant between one step and the next, making arcs with their bodies, playing with the apparent void around them, itself a component of each scene. The suggestion of personality as a social choreography, a succession of performative acts that, when repeated, create the illusion of a coherent character, thus powerfully rises. By deconstructing the body into its lines of force and direction, Staples shows us that we are, above all, the trace of our movements, the wake of our gestures.

But this fragmentation is also governed by an underlying geometry that provides a sense of order and structure. The straight lines, subtle grids, and methodical arrangement of the clippings act as a rational counterpoint to the seemingly disordered flow of identity. Geometry in Staples represents the mental scaffolding with which we try to understand and make sense of our own fluid and multifaceted reality. It is the human effort to impose logic on chaotic experience, to find angles and vectors in the tangle of subjectivity. This tension between the expressive chaos of movement and the rational order of the composition is one of the dynamic axes of his work.

The use of color and form transcends the search for purely aesthetic harmony to become a conceptual proposal with strong rational roots. Staples employs a limited palette, often dominated by neutral tones, sepia, and blacks, interrupted by controlled explosions of color. A chromatic economy that directs the viewer’s attention towards texture, line, and, above all, the narrative of the assemblage. Forms are juxtaposed to create a new visual code. An arm may be composed of three fragments of different scale and tone, not to be faithful to anatomy, but to represent the different layers or moments that constitute a single gesture. It is a symbolization that appeals to a subjective interpretation, but is supported by a rigorous internal logic: the logic of memory, perception, and identity construction.

Technically, Staples is a meticulous craftsman. His process, visible in studies of his work, reveals enormous precision in cutting and a remarkable sensitivity for composition. Each fragment is selected for its tactile quality, its historical charge (many images come from old archives and manuals), and its energetic potential. The layering is fundamental; it creates a physical and temporal depth, suggesting that personality is a palimpsestic accumulation: effectively, experience. The texture of aged paper, printing marks, and visible seams between clippings are almost celebrated as an integral part of the work, traces, more precisely, scars of the construction process, reminders that identity is built with waste material, with scraps of culture and fragments of history.

Staples’ vision is, ultimately, an obviously humanist proposal in the digital age. His figures, although disassembled, are full of grace, movement, and a melancholic elegance. They are not broken creatures, but recombined beings, with a new and vibrant form, at the intersection between geometric order and the chaos of life. To be questioned…