En materia: Conversación con Eloy Tizón

Con Juan Pablo Torres Muñiz

Bien sabemos que, respecto del arte como situación comunicativa, así como del oficio mismo del artista, el comentario del crítico se distingue bien del comentario del autor de obra en tanto tal. Detrás del juicio de este último –siempre que prefiera dejar de lado la crítica rigurosa, mas no por eso, de ningún modo, el rigor de su juicio, amparado además en la elocuencia de su propio trabajo–, hemos de reconocer, siempre, una serie de asociaciones tácitas detrás de cada oración.

Conversar con Eloy, cuya narrativa, sobre todo por sus cuentos, importa tanto, aunque debiera de sonar más aún en el ámbito hispano, a la par de más allá, representa una oportunidad como pocas de abordar ciertos asuntos con la certeza de hallar nuevas luces. Aparte el disfrute de su cordialidad.

Aquí, la serie de preguntas y respuestas de la charla… De la palabra de Eloy en adelante, por supuesto, queda abierto el camino a nuevas discusiones. De eso se trata. Fertilidad…

Es cierto que las distintas tradiciones literarias se nutren unas a otras –verbigracia, El Quijote como cima novelística y referencia inagotable–; sin embargo, cabe preguntarse por ciertos rasgos que hacen diferente a la tradición hispana, sea porque el idioma mismo funciona distinto en determinados planos, sea por el peso de ciertos legados en particular respetados o vueltos de revés. Desde tu lectura, ¿es posible hablar en estos términos y reconocer un carácter propio a la literatura en nuestro idioma, sobre todo hoy?

Es una pregunta interesante y compleja de responder. Es cierto que, por un lado, cada idioma posee su propia inteligencia interna que determina y modula lo que podemos expresar y lo que no. La misma frase, incluso traducida literalmente (si tal cosa fuese posible), ya no significa lo mismo al verterse a otra lengua. Seguro que el español posee ciertos ritmos, sonoridades, marcos conceptuales, matices musicales y ecos de los que ni siquiera somos conscientes, que le dan un carácter específico y único, al tiempo que modelan la manera en que razonamos y escribimos.

¿Pensamos igual en dos idiomas distintos? Lo más probable es que la huella heredada nos empuje a hablar de una manera o de otra. ¿Miramos igual el mundo en español que en japonés? Nuestra lengua, al final, determina en gran medida quiénes somos.

Dicho esto, también es obvio que vivimos en una sociedad globalizada, donde todos los fenómenos culturales estallan al mismo tiempo y todos, poco más o menos, en cualquier lugar del mundo, consumimos las mismas novedades, bailamos las mismas canciones y estamos rodeados por las mismas o parecidas pantallas. Esto hace que la conversación cultural se vuelva más uniforme y menos localista. Lo que se gana en instantaneidad es lo mismo que se pierde en matices locales. Es posible que cada vez tenga menos sentido estudiar la historia de la literatura en términos nacionales. Algo en la coyuntura actual nos impulsa a que abarquemos más campo.

A partir de lo dicho previamente, ¿cabe distinguir también, o no, una narrativa breve en español? ¿En qué medida el cuento se desarrolla de forma distinta en nuestro idioma?

Cabría especular con que dentro de un mismo idioma coexisten varios idiomas. Un idioma no es algo homogéneo, cerrado, sino una materia porosa sometida a tensiones de todo tipo: geográficas, políticas, estéticas. En él se producen grietas, desplazamientos, censuras, hibridaciones. Si observamos el mundo cultural peruano, encontramos una dicotomía muy fértil entre la prosa-acontecimiento de Martín Adán enLa casa de cartón, frente a la sobriedad discreta de Luis Loayza en Otras tardes (también servirían los cuentos de Julio Ramón Ribeyro).  

En cierto modo, son caminos divergentes del mismo idioma. El impulso barroco frente al impulso minimalista. Si Martín Adán representa el fulgor verbal incesante de la pirotecnia vanguardista latinoamericana, Loayza es la contención, la fragancia suave y apenas insinuada. Su escritura podría entenderse como el equivalente a la garúa limeña, esa llovizna leve que parece que no nos moja pero que termina calando.

Se me ocurre que ambos representan dos polos, dos maneras no excluyentes de abordar la escritura de cuentos en español al más alto nivel. Por descontado, no hay por qué elegir entre uno y otro: ambos son magníficos.

No es ningún secreto el gran favor que se le hizo a Poe con sus traducciones, por ejemplo, al francés (Baudelaire) y al español (Cortázar, entre otros), ya no sólo a nivel de discusión sino de pulimento de estilo, si cabe. Otro caso singular es el de la obra de Isaac Bashevis Singer, cuyo paso del yídish al inglés se daba ciertamente con activa participación suya, pero hay muchos más. ¿Cómo ves tú que la traducción ha calado en tu lectura de la literatura, del cuento en particular? ¿Eres más un lector de traducciones que uno de originales?

Leo muchas traducciones. Puedo leer en inglés, con limitaciones. Si es demasiado alambicado, me pierdo. Joyce o Faulkner, para entendernos, quedan lejos de mi alcance. Por suerte, contamos con traducciones fiables de casi todo. En cualquier caso, la potencialidad creativa de la traducción está fuera de toda duda. Ricardo Piglia ha reflexionado sobre esto, partiendo de la leyenda de que Borges leyó primero El Quijote en inglés. Años después, cuando el original de Cervantes cayó en sus manos, le pareció una mala traducción. Y esto se relaciona con el caso extremo del polaco Gombrowicz, que se ve exiliado a la fuerza en Argentina, perdido allí, y que, con un conocimiento precario de nuestra lengua, se lanza a traducir sin diccionarios su propia novela Ferdydurke a un español –dice Piglia– «inesperado y casi onírico». En sentido estricto, no puede hablarse de traducción, sino más bien de recreación (o des-creación): por pura necesidad, a tientas, a través de piruetas lingüísticas y torsiones verbales, Gombrowicz fuerza los límites del idioma hasta inventarse uno que no existe, que irrumpe en la narrativa en español como una especie de aerolito en llamas, lo que lleva a afirmar a Piglia que la mejor novela argentina la escribió un polaco.

La novela goza de un prestigio considerable por sobre el cuento. Curiosamente, un sector importante de la novela contemporánea produce textos cada vez más breves, mientras que las colecciones de cuentos se hacen más robustas, compartiendo, por ejemplo, un mismo motivo general. La tendencia no es gratuita. ¿Qué comentario te merece esto?

Es cierto. Es una paradoja. Muy bien observado. Podría decirse que las novelas se fragmentan mientras que los libros de cuentos se compactan cada vez más. Considero una buena noticia que el cuento trabaje en esa dirección, porque es síntoma de responsabilidad y respeto ante el género. No hace tanto tiempo, predominaba el todo-vale. Encuadernaciones de cuentos dispersos, sin criterio alguno, amontonados de cualquier manera, armados con piezas tan heterogéneas –muchas de ellas de encargo, o descartes de otros libros– que producían la impresión de proceder de varias mentes dispares. Todo eso acabó. Lo que veo a mi alrededor son autores y autoras jóvenes conscientes del papel de la tradición y también de sus rupturas, que abordan su tarea con rigor y exigencia, alejados de la improvisación chapucera. Tarde, pero por fin hemos comprendido que un libro de cuentos se compone de algo más que de la suma de sus partes. Ha de haber algo, una mirada, un espíritu común, una zozobra que los impregne con un sentido unitario y haga que el todo sea superior a cada pieza por separado.

 

 

* De las imágenes:  ©Arantxa Carceller