De trabas y lenguas (entre tontos útiles): A propósito de lenguas oficiales y otras lenguas en el Perú
Por Juan Pablo Torres Muñiz
No hace mucho, la idea de ir de excursión a una región desconocida de bosque tupido sin equipo adecuado, aparte la vestimenta, sin llevar como mínimo un puñal o una navaja de usos múltiples, cantimplora, repelente, y ni qué decir de una brújula, le hubiera parecido a la amplísima mayoría de gente simplemente una locura. Por supuesto, será preferible la mejor tecnología, en caso se cuente con ella. Una hermosa lanza nativa sí que sirve, pero no como muchos otros instrumentos producidos después. Hoy en redes, sin embargo, es muy probable que nos topemos con un importante número de personas que sostengan que, para conquistar la jungla, basta creer que se puede, o sea, nada más creer en uno mismo, y salir dotado de flores de Bach, o inciensos, o inclusive sin eso, pero con los chacras debidamente alineados.
Para quienes insistimos en la importancia de la razón y en prepararnos atendiendo la realidad como un complejo indiferente a nuestras buenas intenciones y recónditos deseos, no será para nada escandaloso que declaremos absurda, también, la enseñanza en escuelas en una lengua cuyo uso se limita a una sola comunidad. Asimismo, y dado que razonar consiste en operar con la razón, dividiendo en porciones la realidad, empleando para ello criterios, tampoco hará falta aclarar que esto no implica que las lenguas cuyo uso se limita a una comunidad deban ser suprimidas, para nada. Pero aquí vamos, porque quién sabe el destino remoto de este texto…
El asunto, como consta en titulares y en el inmenso flujo de ataques de uno a otro lado asumidos, en redes sociales, luce especialmente peliagudo. Se reconoce apenas un par de posturas contrapuestas, como si de hecho no hubiera más, cada una correspondiente a un determinado perfil identitario, cada cual enemigo del otro, como viejas castas en guerra.
Lo cierto es que, haciendo uso de la razón —insistimos—, es posible atender la situación y abordar el problema como tal, siempre que se propongan ciertos criterios; el primero de ellos, entender que los idiomas funcionan como tecnologías, es decir, como conjuntos de conocimientos y técnicas que se aplican ordenada y sistemáticamente para satisfacer una necesidad, al caso, comunicativa. Así, veremos que es relativamente sencillo apuntar, desde la lógica, al reforzamiento del uso de una de las lenguas oficiales en el Perú, el español, sin descuidar la preservación del quechua y otras lenguas nativas.
Cuando hablamos de idioma, nos referimos a la lengua de un pueblo, una nación o un conjunto de estos. En caso este conjunto sea reconocido por otros debido a oposición, se sostenga y desarrolle a través de una estructura estable para la gestión de sus recursos, en un determinado territorio, para la subsistencia y beneficio de su población, nos referiremos a un estado. Los estados, por antonomasia, agrupan territorios y, por tanto, poblaciones las más de las veces heterogéneas; dicho de otro modo, los estados reúnen naciones y suelen tener, por tanto, interés en asignar al conjunto, de ser posible, una única identidad nacional. Los estados, así, son instituciones complejas que surgen de una organización más allá de la convivencia material, de los ánimos y las costumbres y ni qué decir de identificaciones étnicas, casos estos, de manifiesto primitivismo.
Es común, por tanto, que, en un territorio amplio, distintas poblaciones empleen cada una o agrupadas, distintas lenguas. Es conveniente, en tales casos, el uso de un idioma común, de una lengua franca para garantizar el debido funcionamiento del Estado, el que reúne a los pueblos en pro del desarrollo de cada uno de ellos, así como del conjunto. Esto no implica la supresión de ninguna de las lenguas locales; por el contrario, promueve, dado el interés del Estado en consolidarse, su estudio a partir de la tradición oral y escrita, así como una concienzuda labor de traducción. De hecho, es así que la lengua franca absorbe a las demás, siempre que de ello resulte más funcional; es decir, en tanto y cuanto optimice su función comunicativa, se actualice y mejore como tecnología.
Lo expuesto ha ocurrido, desde luego, en imperios como el español, entre otros de tipo generador, que procuraron que sus nuevos territorios se convirtiesen en centros de desarrollo cultural y tecnológico con un alto grado de autonomía, y no meramente en centros administrativos, de acopio de recursos o puntos de control de comercio. Imperios como el británico, en vez de la fundación de universidades y conventos, por ejemplo, con las que los españoles convertían las nuevas tierras en parte viva del estado imperial, promovieron el exterminio de las poblaciones locales, sin darles oportunidad alguna de sobrevivir ni a través de la formación de grupos criollos ni de ninguna otra manera, repudiando sino condenando expresamente el mestizaje. Aparte la enorme diferencia en el desarrollo cultural del continente, a ello se debe que no haya el menor rastro de nada remotamente parecido al Barroco andino en América del Norte.
No es un secreto, pero vaya que se dice poco respecto de las poblaciones californianas, todas hispanohablantes, aunque conservaban además sus lenguas y dialectos particulares, que fueron barridas por los ingleses, al punto de que, salvo por Jerónimo, apenas y se sepa de alguna otra figura que los represente. Al sur, la suerte fue distinta, si bien la Leyenda Negra cunda señalando lo contrario. Ninguno de los estados que participa de esta campaña, sin embargo, puede librarse de cargos de brutalidad solo a la altura de las invenciones con las que sistemáticamente han venido minando la imagen de España y dividiendo a Hispanoamérica, por supuesto, en beneficio propio.
El español es la segunda lengua más hablada del mundo por nativos. Cuenta con la literatura crítica más importante de cuantas hay. En la actualidad, su uso se sigue extendiendo dadas su extraordinaria riqueza léxica, su plasticidad y precisión, aparte la forma en que opera lógicamente sin perderse, como otras lenguas, en vacíos, ni abrirse, como tantas otras, a ambigüedades inconvenientes, presta, como ninguna, a la realización de operaciones intelectivas concretas con la mayor transparencia; en suma, a su funcionalidad. En consecuencia, desconocer el español, especialmente en nuestro medio, implica una desventaja mucho mayor, en varios sentidos, que desconocer el inglés. Su dominio por parte de la población constituye una necesidad indiscutible, impostergable.
Se trata de sentido común: si alguien apenas domina la lengua de su pueblo, nadie fuera de este lo entenderá. Si ese alguien pretende salir de su pueblo y abrirse camino en otros, no podrá desempeñarse en labores ni trabajos que requieran un buen nivel de uso del idioma predominante. Y es de notar que esta situación, vaya que conviene a quienes, por cierto, están seguros de la estabilidad de su idioma.
¿Por qué habría de extrañarnos que imperios comerciales transnacionales promuevan la proliferación de estudios en lenguas nativas, así como la imposición de su uso en distintas instituciones, debilitando a los estados? ¿Por qué habría de extrañarnos que mientras se promueve de esta forma la división de estados endebles, producto de procesos independentistas, en su momento solventados por el imperio anglosajón, no se discuta lo más mínimo la hegemonía del inglés como lengua franca? ¿Quién gana y quién pierde, por decirlo de algún modo, con la demolición de la tradición española en América, con su satanización? ¿Y a quién se le hace creer héroe mientras se lo lleva a contribuir con el caos?
La preservación de las lenguas nativas es importante, no cabe duda; con ellas se preserva una forma de pensar y conocimientos, en cierta medida, intraducibles. Pero esta preservación no requiere, sine qua non, una gran masa de hablantes, como reza el pregón o, más bien, conforme el sentido de los reclamos que alientan los estudios culturales. Se requiere investigación seria e intérpretes, principalmente. Esto se explica fácilmente con una analogía: Del mismo modo en que la música clásica sobrevive gracias a intérpretes y ejecutantes, si bien disminuye el público oyente, los idiomas menos usados se preservan a través de estudios serios, traducciones e interpretaciones especializadas. Hoy mismo, la literatura crítica es mucho menos leída que antes, pero sobrevive debido a la intervención de un aparato análogo, si bien en crisis, más que nunca.
Los servicios de traducción en comunicaciones oficiales, su uso en ceremonias y trámites en distintas instituciones responden a una tendencia asistencial que, lejos de contribuir a una efectiva comunicación ciudadana, cuál es su propósito, agrava sus problemas. Por medio de dichos servicios apenas y se alcanza a paliar una situación de clara desventaja de parte de la población, provocada por la deficiente gestión del sistema educativo, en el que gran parte de docentes aún en activo apenas y sabe leer y escribir correctamente en español (como ejemplo emblemático, o más bien síntoma alarmante, el caso del propio presidente Castillo).
A la cuestión de qué hacer mientras la población no maneja de forma suficiente un único idioma oficial, la respuesta no puede ser sino acelerar la gestión de aprendizajes, aunque, por supuesto, sin desatender en lo práctico y urgente, la comunicación por medios traducidos. Y es que el Estado, en nuestro caso, debe garantizar la educación en español, pues es una forma de garantizar la realización personal de su población en un mundo complejo, uno en que los ideales tribalistas, lejos de servir a la construcción de futuros concretos, son aprovechados en su fértil fantasmagoría, por quienes sí que saben de qué va la realidad. El Estado, asimismo, debe procurar la preservación de las lenguas nativas; a fin de cuentas, se trata de patrimonio importante, muy importante, pero no su uso en reemplazo del español, lo que se presta únicamente a divisiones en cuyo extremo se agitan separatismos de toda clase.
Menos que en ningún otro ámbito, un reemplazo semejante debía de darse en la educación básica. La enseñanza de materias fundamentales en lenguas nativas, no logra más que acrecentar la desventaja de las poblaciones que las usan, haciéndolas dependientes de las organizaciones que, claro, encantadas de tan fácil clientela, se dedican a complacerlas adaptando sus marcas, fidelizándolas a través de la ilusión de que el mundo entero tiende a adaptarse a las minorías.
El saber andino y de la selva, principalmente, contribuyen al saber racional universal de múltiples formas, pero siempre a través del estudio serio y de la interpretación, indispensable, dados los cambios del mundo mismo. Fuera de este ámbito, el uso de una lengua originaria, en lugar de su preservación, tiende a su extravío; deja de contribuir, de hecho, al saber racional…, y todo conocimiento que deja de hacerlo se vuelve inútil, falaz, inservible para el pensamiento crítico.
La multiplicación idiomática al interior de un estado equivale en gran medida a la descomposición de su aparato racional, algo que conviene, por supuesto, a quienes operan al margen del estado y, desde luego, sin que se discuta el uso que hacen de uno u otro idioma, si bien el que les es propio fue impuesto a través del exterminio de las comunidades que no lo hablaban. Los estados que, por tales prácticas, han garantizado el uso de una sola lengua oficial, apenas y tienen problemas a la hora de interpretar su historia, siempre, como un triunfo. Todos los demás, se fracturan. Y todos los demás son los estados que toleraron y toleran el uso de otras lenguas.
Manipulados como idiotas, creyendo que ganan identidad, validados ni más ni menos por quien gana teniéndolos a todos divididos y menesterosos de conocimiento, y unidos solo en una suerte de frente contra un enemigo común, miles de adolescentes de distintas edades, claman hoy por derechos lingüísticos no precisamente convenientes para nadie de aquí. Los principales entusiastas, agentes internos de mil y una revoluciones, siempre, peroran sobre educación, destruyendo lo de bueno que aún guarda su sistema, insertados en el aparato estatal, o pagados por ONG, muchos luego de haber sido mantenidos toda su vida, primero en casa y luego fuera de ella, con becas, por ejemplo, y algunos incluso como curas, orgullosos de un cierto carisma «misionero», aunque claro, de corte socialista, en redoblada ironía.
Para nadie es un secreto que, en lugar de preparar a los escolares para la realidad, en lugar de procurar que aprendan a razonar, a pensar críticamente, se los invita a «sentir» el mundo, priorizando su percepción e interpretación subjetivas, en atención a la comunidad con la que se identifican, a través de ideologías, rollo de razas, energías y ánimos inexplicables, en supuesta armonía (si bien contra los demás); en suma, se los engaña haciéndoles creer que el mundo real al que salen, una vez completan sus estudios, corrupto, injusto, ofensivo, como no podría ser de otro modo, está en deuda con ellos y ha de cambiar de acuerdo con el ideal que ellos mismos encarnan, por ser quienes son: o descendientes de sabios ancestrales, maltratados, oprimidos, víctimas, o supuestos privilegiados, culpables.
Para quienes procuramos razonar, es claro que toda persona que pretenda internarse en el bosque tupido ha de hacerlo debidamente preparado. Porque hay que saber adaptarse, usar inteligentemente la tecnología propia. Y, claro, por bella que sea una pieza de madera filuda, adornada con motivos tribales, tanto mejor será un puñal de excursiones, de acero inoxidable, si la tenemos a mano, siempre que podamos elegir. Esa hermosa pieza de artesanía convendría más bien tenerla a buen cuidado en casa, y no estropearla en vano, devorados por la realidad.